La Guardería es una película hondamente emotiva porque lo que cuenta es real y los protagonistas son niños; o más bien adultos que recuerdan hoy aquello que vivieron como niños. El documental, ópera prima de Virginia Croatto, está actualmente en cartel.

Su directora es también parte de la trama. Ella misma vivió en la Guardería montonera de La Habana entre 1980 y 1983. Su madre, Susana Brardinelli, era la encargada del lugar.

Virginia Croatto, la directora del film, junto a su madre, en la guardería montonera en La Habana
Entre 1979 y 1983 varias decenas de niños, hijos de miembros de Montoneros, vivieron en esa guardería al cuidado de otros cuadros de la organización, a la espera del azaroso regreso de sus padres. Croatto reconstruye esa historia a través del recuerdo que sus compañeritos, hoy adultos y padres a su vez, tienen de aquellos años. La Guardería suple bien la penuria de material gráfico –sólo hay algunas pocas fotos de aquella casa que funcionó como hogar para los hijos de los montoneros que volvían en la llamada Contraofensiva-, combinando imágenes de Buenos Aires y La Habana, de época y actuales, y, sobre todo, dibujos infantiles y objetos que reconstruyen aquel mundo según la óptica infantil de los habitantes de La Guardería, cuyas edades iban de los pocos meses hasta los 11 o 12 años.

La Guardería combina testimonios con animaciones que recrean un clima infantil
Estéticamente, la película es impecable. Y es inevitable no conmoverse con la inocencia que trasuntan algunos recuerdos: «Queríamos inventar una máquina que devolviera la vida», dice una de las protagonistas, con la voz quebrada.

«Sabíamos que cuando los padres se iban podían no volver», reconoce otra. Recuerdan que no usaban la palabra «desaparecido», sino «caído»: «Cayó» podía significar que había muerto o había sido ilegalmente secuestrado lo que, lamentablemente, auguraba un fatídico destino en la gran mayoría de los casos.

El documental se enhebra con grabaciones de conversaciones y canciones infantiles (hechas en cassettes, la tecnología de ese tiempo) y con la lectura en off de las cartas de los padres hablándoles a sus niños de sus ideales, del mundo más justo que les quieren brindar y por el cual luchan, de que esa militancia es el mejor legado que les dejan; cartas-despedidas, cartas-testamento… «Ahora mi mamá está desaparecida como la tuya», les anuncia una de ellas a los demás, con esa naturalidad con la cual los niños toman la vida. Pero, admiten hoy, «todo el tiempo estaba eso de felicidad y tristeza».

Como Benjamín Ávila en la excelente Infancia clandestina, Virginia Croatto eligió contar –sin juzgar- desde el punto de vista infantil ese mundo tan peculiar, de niños dejados por padres que parten a la lucha, que les prometen volver, pero no les ocultan los riesgos; de hecho algunos de ellos ya eran huérfanos, como la propia realizadora de la película, cuyo padre, Armando Croatto, había muerto en un enfrentamiento junto a otro jefe montonero, Horacio Mendizábal, el 19 de septiembre de 1979, en Munro.

Cuando empezó a preparar este documental –hace varios años ya que fue un viaje largo, como suele suceder con temas que tienen que ver con la propia, dolorosa, experiencia- Croatto expresó en alguna entrevista el temor a una lectura «peligrosa» del film, la de que sus padres fuesen criticados por esa decisión de dejar a los hijos para venir a Argentina, «sin entender el contexto de ese momento».

No hay duda de que transmitir el clima de una época a quien no la vivió es lo más difícil, el mayor desafío de cualquier relato del pasado. En estos ex niños de la guardería montonera se nota un esfuerzo de comprensión de lo que hicieron sus padres. Aunque aparece el reproche, incluso la pregunta sobre por qué tener hijos en semejante contexto, no se ve rencor en ellos, al menos en los que aparecen en la película.

Pero, a más de 30 años de esos episodios –y esta reflexión excede a La Guardería, desde ya, puesto que la película no se propone eso-, es inaceptable la ausencia de reflexión autocrítica por parte de los sobrevivientes de aquella generación en torno a una política de la que estos niños y muchos otros fueron víctimas.

Los apellidos de estos chicos –Perdía, Yager, Olmedo, Zverko, Binstock, Montoto Raverta- remiten a uno de los episodios más oscuros de la historia montonera.

Un grupo de niños en la guardería de La Habana con sus cuidadores
«Creo que la Contraofensiva fue un error», dice Virginia Croatto, que hoy tiene 39 años. Pero fue mucho más que eso. Fue un crimen, una operación suicida por la cual la conducción montonera envió al país a los escasos cuadros que habían sobrevivido a la masacre de los años 1976/77. Luego del golpe de Estado, la organización Montoneros no modificó su riesgoso funcionamiento ni hizo nada por preservar la vida de sus militantes –pese a las advertencias y propuestas formuladas por algunas corrientes internas, en particular la que representaba Rodolfo Walsh-. Mario Firmenich y otros jefes se pusieron a salvo en el exterior. Desde allí, profundizaron aún más el delirio y decidieron lanzar una «contraofensiva» consistente en operaciones militares de espectacularidad. Esa propuesta provocó, en febrero de 1979, una primera escisión en la organización, liderada por Rodolfo Galimberti y Juan Gelman, que salvó la vida de varios cuadros. Pero la conducción montonera siguió adelante, utilizando el influjo que aún tenía sobre tantos militantes que sentían culpa por haber sobrevivido –»la organización era la Iglesia», escribió por ejemplo José Amorim, uno de los fundadores de Montoneros, describiendo muy bien la clase de compromiso que se establecía y por qué era tan difícil romperlo- para enviarlos de vuelta al país a una muerte casi segura. Los militares conocían de antemano la identidad de las personas que iban a volver al país. La madre de dos de los protagonistas de La Guardería, Mónica Pinus de Binstock, desapareció en el mismo vuelo de regreso al país.

La carta no abierta de Rodolfo Walsh a la cúpula montonera

En la primera oleada de la contraofensiva, en 1979, cayeron unos 40 militantes. Pese a ello, se organizó una segunda. Esta vez, la mayoría de los cuadros ni siquiera logró ingresar al país. Los estaban esperando en la frontera. Y los que pudieron entrar, fueron capturados poco después: los esperaban en depósito de muebles donde guardaban las armas. La conducción montonera sabía que varios de esos escondites ya habían caído y pese a ello no modificó los planes. El saldo fatal fue de 80 en total.

En las dos contraofensivas montoneras (1979 y 1980) cayeron 80 militantes
«En la contraofensiva no murieron más de 20 o 22 compañeros», mintió sin embargo años después, en 2003, Mario Firmenich en una entrevista con Cristina Zuker (hermana de uno de los caídos en esa operación). Y cuando ella le rebatió ese número, la réplica fue canalla: «¿Y qué? Nosotros nunca tuvimos la voluntad de dejar de luchar. ¿Y en el ’76, en el ’77? Caían siete compañeros por día. La contraofensiva es un juego de niños al lado de eso».

Cuando en 2003, el juez Claudio Bonadío quiso investigar la responsabilidad de los jefes montoneros en las caídas en la Contraofensiva, y encarceló a Fernando Vaca Narvaja y Roberto Perdía y pidió la captura de Firmenich (que estaba en Barcelona), los organismos de derechos humanos y los familiares de las víctimas se abroquelaron en su defensa, lo que habla a las claras de la dificultad para aceptar la dolorosa verdad sobre esos hechos: la connivencia, la colusión, entre la política de la cúpula montonera y la represión ilegal.

Para los niños del documental de Croatto, Firmenich, Perdía y Vaca Narvaja eran los «tíos» que los visitaban en La Guardería….

Firmenich (centro) y Vaca Narvaja (al fondo con bigote), en la guardería montonera, con los niños a cuyos padres habían enviado a una operación casi suicida
Cristina Zuker también recogió el testimonio de Elvio Vitali, ex militante montonero, ya fallecido: «Se jugaba mucho con la culpa de los compañeros que estaban en el exilio en relación con los que estaban muertos; todas marranadas que fueron planificadas por la conducción. La contraofensiva estaba toda infiltrada, todos sabían que nadie tenía chance de sobrevivir, que era una muerte anunciada. No había ningún tipo de explicación sensata, racional, para lo que hicieron.»

LA CONTRAOFENSIVA SÓLO SIRVIÓ PARA AUMENTAR LA YA ABULTADA LISTA DE MUERTOS DE MONTONEROS

Una claridad que no es la de los cuadros supérstites de la organización hoy que prefieren refugiarse en la exaltación acrítica de aquel pasado, para eludir la reflexión sobre sus propios errores y responsabilidad. No es fácil aceptar que el sacrificio de tantos cuadros fue en vano. Que la Contraofensiva solo sirvió para aumentar la ya abultada lista de muertos de la organización, entre ellos, muchos de los padres de los niños de La Guardería.

Algo de esa desazón asoma en el film cuando sus protagonistas evocan un regreso que no fue al país que les habían contado, sino uno en el que, en la transición de la dictadura a la democracia, no podían hablar abiertamente de sus padres y de su lucha.

«Un concepto clave para nosotros fue que los grandes no nos mintieran. Se explicaba todo –recordó Virginia Croatto en una entrevista-. Como para que lo entienda un chico, pero siempre con la verdad. Para los más pequeños, era algo que se acercaba a los términos de La vida es bella, o sea algo más fantasioso, o entre la realidad y la imaginación. Para los más grandes, era una explicación más real».

La guardería montonera funcionó en La Habana entre 1979 y 1983
Y es cierto que nada es peor que la mentira. Pero la verdad que les dijeron de niños está enmarcada en ese mismo delirio del que hablaba Vitali y es tan ajena a la realidad como si fuese una mentira.

«(En Cuba) era como si estuviéramos resistiendo en el País de Nunca Jamás para volver algún día al paraíso», recuerda Virginia Croatto. «Había como un cuentito que en Cuba creíamos que era real».

Virginia Croatto, directora del film documental La Guardería
Perón decía que las organizaciones no valen por su número sino por la calidad de sus dirigentes. Escuchando a estos ex niños evocar hoy a sus padres, es inevitable sentir indignación ante tanto coraje y desprendimiento inescrupulosamente manipulados e inútilmente sacrificados.

«Uno quisiera que ciertas cosas no hubiesen pasado», dice uno de los protagonistas. Y es el sentimiento que le queda también a cualquiera que se vuelque al repaso de esos episodios con honestidad intelectual.

LA DE MONTONEROS EN LA HABANA DEBE HABER SIDO LA GUARDERÍA MÁS CARA DEL MUNDO

Queda para la historia del disparate –pero de esto no puede responsabilizarse a Virginia Croatto- la reacción de algunos comentaristas –periodistas militantes- que ven esta guardería en La Habana como una expresión de «la solidaridad del Estado cubano con aquellos luchadores antidictatoriales». «Los cubanos fueron muy generosos», se llegó a decir. Además de que está ampliamente probado el alineamiento internacional de Cuba con la dictadura argentina –por orden de Moscú- (ver: En 1976 Fidel Castro abandonó al hermano del «Che» Guevara mientras el Vaticano pedía por él) la de los montoneros en La Habana debe ser la guardería más cara del mundo, si se considera que el régimen castrista se quedó con varios millones de dólares 30 dicen algunos- del botín montonero. Varios países «capitalistas» recibieron a muchos más exiliados argentinos que Cuba, y lo hicieron gratis.