carmelitasUn familiar directo de una ex carmelitas descalza del convento de Nogoyá envió una carta pública a ANALISIS DIGITAL, donde aportó detalles en torno a la forma que vivían las hermanas de esa congregación y expresó su preocupación por las reacciones que hubo desde la Iglesia en los últimos días, tras la publicación de la revista ANALISIS. A su vez, contó el calvario que tuvo que padecer su hermana para salir de la congregación, lo que recién consiguió varios años después de la solicitud formal que le hiciera a la madre superiora del lugar.

En el escrito, el hermano de una ex carmelita descalza -cuyas iniciales son M.A.A.R. y cuya identidad se preserva por pedido especial del autor-, indicó: “Es una paradoja que las victimas de hechos salidos de novelas medievales deban ocultarse, pero es moneda corriente en la diócesis de Paraná (Entre Ríos) -en la cual contrariamente al espíritu cristiano- los postergados y sufrientes son escondidos y negados”.

“Es verdad que las monjas de Nogoyá se aplican disciplina (símil látigo en las nalgas) en ejercicio de una libertad restringida o inexistente. Es verdad que se considera que cuanto más jóvenes ingresen mejor, ya que existen menos riesgos de «impureza». Es verdad que se aplican castigos -según sabemos no agresión física sino verbal- en ocasiones durante horas estando la superiora de pie, la «infractora» arrodillada en frente de ella y el resto de la comunidad expectante. Horas, días, años”, sostuvo más adelante.

Luego señaló: “Es verdad que a modo de sanción la superiora impone enclaustramiento a pan y agua durante hasta dos días (el pan y el agua se dejan en la puerta de la celda para evitar contacto). Es verdad que se impide el contacto con la familia, reduciendo gradualmente los días y horarios de visitas. Es verdad que se priva a las monjas de atención médica elemental. Es verdad que se sanciona a carmelitas durante semanas con el uso de mordazas que ellas mismas deben construir (igual que a los reos antiguos se los obligaba a cavar sus tumbas o construir sus horcas, para mayor indignidad y vejación). Es verdad que se leen las cartas salientes, las entrantes (en violación a la ley penal) y en ocasiones se suprime correspondencia. Es verdad que se prohíbe a ciertos familiares de las monjas (en contra de la voluntad de estas) visitar a la monja familiar bien por su modo de vida, elecciones políticas, sexuales o religiosas. Es verdad que la superiora lee diarios, usa internet, usa telefonía celular y ve televisión en su dormitorio. Es verdad que el obispo del lugar tiene responsabilidad en lo que sucede dentro de la clausura (además de la Santa Sede que dista 12.000 Km del convento y que se vale de las diócesis para tomar noticias de hechos como estos)”.

Por otra parte, recordó que “es cierto que al menos monseñor Maurio Maulión y monseñor Juan Puiggari conocen de primera mano lo sucedido en el convento, y ambos hicieron lo mismo: nada. No llama la atención tratándose de las mismas personas (junto con monseñor Estanislao Esteban Karlic y otros) que ocultaron abusos a menores en el Seminario Arquidiocesano de Paraná”, en clara referencia a la denuncia de ANALISIS por los hechos que involucraron al cura Justo José Ilarraz, actualmente procesado en la causa.

“Alguien ajeno a la cultura de la fe podría pensar -no sin motivos- que si estos hechos existieron, la monja agredida tenía posibilidad de salir del lugar. Podría, pero la pena era la condena eterna o excomunión. El alejamiento progresivo, sistemático y perverso con su familia les hacía dudar que pasaría afuera: ¿alguien las esperaría? ¿vivir en la calle? ¿la muerte? «Mi Dios para salvarme me pide este sacrificio del que solo me libraré con mi extinción física». Extrema presión física y psicológica sobre chicas casi adolescentes. Como resultado cede progresivamente el ejercicio de la libre voluntad, el sistema nervioso central se agota, el físico se agota y comienza el auto exterminio vía de enfermedades psicosomáticas: ulceras, cáncer, aspecto cadavérico, dolor en articulaciones crónicos, problemas de sueño y alimentación, etcétera”, reveló más adelante.

“Un día fui a visitar a mi hermana y se me impidió hacerlo. Juré nunca volver a ese lugar en la conciencia de que ella era feliz y libre. La consideré muerta. Nunca volví. Meses después operaron distintas circunstancias para que ella pudiera librarse de ese calvario. La «iglesia institución» la negó, y muchas personas maravillosas la ayudaron. Según mi criterio, cuando salió del convento y vimos su real estado de salud, le quedaba menos de un año de vida”, acotó.

“Permítanme decirlo: hoy es feliz, hermosa, motivo de alegría, amor de tía, emprendedora y vivaz. Como aquella chica que a los 18 años, llena de entusiasmo, buscaba su vocación. Bienvenida otra vez”, indicó finalmente.

Fuente: Análisis Digital