Un joven de 20 años fue asesinado de nueve balazos en jueves a la tarde en un pasillo de la zona sur. Según los primeros datos, el pibe fue perseguido o interceptado por quienes le dispararon con al menos dos armas, teniendo en cuenta que en la escena se levantaron 12 vainas servidas calibres 45 y 9 milímetros. La fotografía, del diario La Capital, muestra el momento en que sus familiares confirmaron de quién se trataba

Sobre el móvil, los investigadores no descartaban ninguna hipótesis, desde una pelea entre bandas hasta la que circulaba con más fuerza en la cuadra: que el chico había sido asaltado y que volvió armado a recuperar sus pertenencias. En ese contexto, el fiscal de Homicidios Adrián Spelta pidió a la Unidad Regional II saturación policial durante la noche para evitar represalias. En tanto, los vecinos reclamaban por el regreso de Gendarmería.
Leonel Carlos Zalazar fue asesinado ayer cerca de las 16 en un pasillo con tres entradas: una por Centeno al 200, otra por Garibaldi a la misma altura y la restante por Colón al 4100. Según fuentes judiciales, el joven fue alcanzado por quienes lo seguían justo donde confluyen los tres pasillos. Siete balas le dieron en el torso, dos en las manos y otra en la cabeza.
Al parecer, Leo volvía del trabajo a su casa de Centeno y Grandoli. Una versión indicaba que había sido asaltado en inmediaciones de ese pasillo y que minutos después volvió a recuperar sus pertenencias. Entonces alguien lo acercó en una moto y él entró armado al pasillo donde fue asesinado.
Más allá de que esa versión no fue confirmada por los pesquisas, lo cierto es que a la hora del crimen los vecinos de Centeno y Ayacucho oyeron entre ocho y diez tiros provenientes del interior del pasillo. Pero en su mayoría dijeron no conocer a Leo ni a los tiradores. Y si bien en ese sitio de Tablada son habituales las balaceras atribuidas al histórico enfrentamiento entre “Los de Centeno” y “Los de Ameghino”, este caso no parecía estar enmarcado en ello.
Una hora después de conocido el crimen una mujer llegó desesperada al lugar en una moto guiada por un joven. “Quiero saber si es mi hijo, me muero si es él”, le dijo a los policías que custodiaban la escena, mientras se preguntaba: “¿Qué hacía acá?”. Los uniformados no la dejaban pasar porque el fiscal no había llegado. Justo entonces, mientras los vecinos insistían para que le permitieran ingresar, arribó Spelta y la señora pudo comprobar la peor de sus presunciones. “Es Leo”, se oyó decir a un familiar segundos después, y todo se convirtió en un solo llanto inconsolable.
Antes de eso habían sonado más tiros. Los vecinos los atribuyeron “a los de la villa de allá”, señalando calle Garibaldi. Y explotaron de bronca: “Acá no se puede vivir más, todo el tiempo es así”, coincidían al enumerar los casos de niños y adolescentes baleados o asesinados por la violencia irracional que determina la cotidianidad en esa cuadra que “era más segura antes de que abrieran la calle” Centeno, un año atrás.
“Saquen a la policía, que vuelva Gendarmería”, era otra frase recurrente de hombres y mujeres que recordaban como buenos tiempos la presencia de los uniformes verdes hasta fin del año pasado.
En ese marco, y mientras todos temían por las violentas consecuencias que pudieran asomar al caer el sol, Spelta pidió a la UR II que saturara la zona durante la noche .