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Ante las operaciones de la Iglesia Católica tratando de deslegitimar la denuncia por torturas  en un convento entrerriano y relativizar el hecho, el director del semanario Análisis de la Actualidad, Daniel Enz, reafirmó en una columna de opinión la importancia y trascendencia del caso que se presenta como un síntoma de lo que ocurre en todo el país.

En el artículo, el periodista enuncia: “Las carmelitas descalzas rompieron el silencio y salieron al cruce de lo denunciado en Análisis  en la última edición. Nadie duda que están en su justo derecho a responder. Pero también deberían recordar que es pecado mentir. Y que tendrán que repetir lo mismo ante la justicia y responder varias preguntas, que quizás las puedan incomodar, sobre lo que le sucedió a sus “otras” hermanas en estos últimos años”.

Análisis “no confeccionó una nota en base a un testimonio o dos. Fueron numerosas las personas que hablaron del tema y ello demandó un tiempo prolongado. Ex carmelitas, familiares directos, religiosos, referentes de la salud que trabajaron y trabajan con ellas, entre otros. Y el trabajo se hizo de forma profesional y seriamente. No precisamos ir a encerrarnos en un “locutorio” con la madre superiora, para que nos de su versión oficial de lo que sucede en el convento. Pero nos encargamos de reconstruir cada paso, cada movimiento, con numerosos testigos. ¿O acaso el fiscal no encontró en el convento los cilicios, los flagelos (látigos) o las mordazas que denunciamos en la nota?”, remarcó Enz.

En ese sentido, aclaró que cuando decidieron encarar la problemática eran “plenamente conscientes de que nos enfrentábamos -nuevamente- al poder de la superestructura de la Iglesia de Paraná. Ese poder del que “mejor no hablar”; que prefiere ocultar las cosas bajo la alfombra. Sucede que, tal como lo hicimos cuando denunciamos los abusos de los curas Justo Ilarraz o Marcelino Moya, pensamos primero en las víctimas y después en las consecuencias de una investigación periodística. O sea, optamos por estar cerca de esas personas que sufrieron, que no encontraron contención ni respuestas y de las que nadie se hizo cargo por años. Ni con el caso Ilarraz, ni con el episodio del convento. ¿Está mal ocuparse de las víctimas? ¿Está mal ponerles el oído y escuchar lo que vivieron? ¿No es eso lo que enseña el Evangelio? Es más sencillo mirar para otro lado ante hechos como éste o estar cerca del “poderoso”. Queda claro dónde estamos parados. Y eso fue lo que se trabajó en la investigación periodística. Eso fue la base, el eje del trabajo, por casi dos años. O sea, aspectos que están consignados en una nota de 40 mil caracteres”.

“Siempre es más fácil acudir al poder clerical -o sea el arzobispo- para que dé una respuesta sobre el tema. Ningún medio, en casi una semana, trató de llegar a familiares o a las víctimas de toda esta historia. Salvo conocidas excepciones de determinados medios amigos, con el micrófono al vocero del Arzobispado o al propio Juan Alberto Puíggari, fue suficiente para muchos cubrir la información. ¿Por qué nadie trató de investigar de qué víctimas hablábamos? ¿Tenían miedo de encontrarse con la historia que contábamos en Análisis?”, advirtió.

“Sabemos que fue una jugada interesante la realización de un video -a partir de la tarea periodística del hermano de una de las internas del Carmelo de Nogoyá-, con la palabra de las conductoras del convento y de siete de las hermanas, de las 18 que ocupan el edificio. Hay que recordar que están en “voto de obediencia”; que ninguna de ellas podrá avalar lo dicho por Análisis y menos contradecir los criterios de la madre superiora. De hecho, la manipulación fue una virtud de la madre superiora del convento”, remarcó el periodista.

“También debe saber, cada una de ellas, y con todo respeto, que tendrán que responder varias preguntas cuando sean citadas por la justicia. Tendrán que decir qué cosas le sucedieron a tal o cual hermana del convento en los últimos años. Por qué sufrieron tanto y por qué se miró para otro lado. Por qué tuvieron que soportar tanto tiempo de martirio y depresión, pese a insistir por meses o por años, que no querían estar más en la congregación. Monseñor Puíggari sabía perfectamente lo que sucedía puertas adentro del convento. Pero las cosas siguieron sin modificación alguna. Nadie sabe, a ciencia cierta, cuánto se ocupó, el alto prelado, por tratar de revertir lo denunciado”, dice el texto publicado.

“Nunca se le faltó el respeto a las hermanas. Pero no por ello vamos a dejar de ocuparnos de lo que sufrieron “otras” hermanas, que, evidentemente, no lograron la felicidad que consiguieron ellas. ¿O será que las primeras no dijeron toda la verdad? ¿No están mintiendo con algunas aseveraciones? ¿Así que no hay castigo con mordazas en la boca; con el arrastre de rodillas por el convento; con los días a pan y agua? ¿Así que el cilicio o el látigo en las nalgas tres veces por semana es parte de la “felicidad”?

Ninguna de las hermanas tiene la “libertad” para irse del convento, tal como dijera la madre superiora. Ella se encargó una y otra vez de prohibir, de negar las salidas de aquellas que imploraban entre llantos, el aval para irse del convento. Pero siempre se los negó. Eso es privarlas de la libertad. Y es también mentir”.

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