En un mundo que se modifica todo el tiempo, la rigidez nos estanca, pero la plasticidad nos impulsa.

En un mundo hiperconectado e incierto, cultivar la inteligencia emocional y adaptativa es clave para el bienestar, la creatividad y los vínculos saludables. (Foto: Adobe Stock).
En un mundo hiperconectado e incierto, cultivar la inteligencia emocional y adaptativa es clave para el bienestar, la creatividad y los vínculos saludables. (Foto: Adobe Stock).

Imaginate que siempre tomás el mismo camino para ir al trabajo. Un día hay un corte y automáticamente te irritás, sentís que llegás tarde, que todo sale mal… Pero después descubrís que ese otro camino es más corto o más tranquilo. Eso es un pequeño acto de flexibilidad cognitiva: salir del automático, adaptarse y encontrar nuevas soluciones.

Vivimos en un entorno que nos exige repensarnos constantemente: aprender nuevas habilidades, adaptarnos a lo inesperado y convivir con la incertidumbre. Desde la neuropsicología, entendemos que el modo en que respondemos a estos desafíos tiene una raíz profunda en el funcionamiento del cerebro. La resistencia al cambio y la flexibilidad cognitiva son dos procesos mentales complejos, con base biológica y emocional, que pueden entrenarse y observarse en la conducta cotidiana.

¿Resistirse o adaptarse? Dos respuestas posibles desde el cerebro

La resistencia al cambio es una respuesta adaptativa del sistema nervioso central ante situaciones percibidas como amenazantes o inciertas. Aunque suele verse como algo negativo, cumple una función vital: protegernos del exceso de información, de errores o de riesgos.

En el cerebro, esta reacción activa la amígdala, el centro que procesa emociones como el miedo y la ansiedad. Al detectar “una amenaza”, la respuesta es automática: evitar lo nuevo, conservar lo conocido, actuar en piloto automático. Este mecanismo forma parte del sistema límbico y prioriza la seguridad por encima de la innovación.

En todos los casos, es una forma en que el cerebro regula su energía emocional y cognitiva para no saturarse. (Foto: Adobe Stock)
En todos los casos, es una forma en que el cerebro regula su energía emocional y cognitiva para no saturarse. (Foto: Adobe Stock)

Desde la práctica clínica, se observa en:

  • Personas que evitan tomar decisiones nuevas.
  • Niños que se frustran fácilmente ante cambios.
  • Adultos que sienten ansiedad frente a lo tecnológico o lo laboral.

En contraposición, la flexibilidad cognitiva es la capacidad para cambiar pensamientos, comportamientos y estrategias cuando las condiciones cambian. Se trata de una función ejecutiva superior, como la planificación o la memoria de trabajo.

Depende principalmente de la corteza prefrontal dorsolateral, encargada de tomar decisiones conscientes. También intervienen otras regiones como la corteza cingulada anterior, que monitorea errores, y el estriado, clave en el aprendizaje.

Ejemplos cotidianos:

  • Un paciente que aprende nuevas formas de comunicarse tras un ACV.
  • Un docente que adapta su clase según el grupo.
  • Un adolescente que acepta distintas opiniones sin sentirse atacado.
Estrategias, emociones y cuerpo: entrenar la flexibilidad todos los días

¿Nacemos flexibles o nos volvemos flexibles? Desde la neuropsicología moderna, la respuesta está en la interacción entre genes y ambiente. Y más aún: en la epigenética, que muestra cómo el entorno puede “activar o silenciar” genes relacionados con la plasticidad cerebral.

Esto es especialmente crítico en la infancia. Los primeros años de vida son clave para moldear el sistema ejecutivo del cerebro. Por eso, un entorno afectivo, libre de estrés y estimulante es fundamental para formar adultos más adaptables. La buena noticia: la flexibilidad cognitiva se puede entrenar. Gracias a la neuroplasticidad, el cerebro tiene la capacidad de reorganizarse. Algunas estrategias efectivas:

  • Juegos con reglas cambiantes (Uno, Jenga, etc.)
  • Resolución de problemas sin única respuesta
  • Cambio de roles (teatro, escritura creativa)
  • Mindfulness y metacognición
  • Introducción progresiva de cambios cotidianos

También el sistema educativo cumple un rol central. Los entornos que fomentan la autonomía, la creatividad y el error como parte del proceso estimulan el desarrollo prefrontal. En cambio, aquellos que castigan el error o imponen respuestas únicas generan mayor rigidez emocional y mental.

La flexibilidad cognitiva mejora la salud emocional:

  • Reduce el riesgo de ansiedad y depresión
  • Aumenta la resiliencia
  • Mejora la resolución de conflictos

Desde el coaching ontológico, también se trabaja esta capacidad. Paula García y Matías Antón, cofundadores de Potencialmente Coaching, explican que el trabajo corporal y emocional (como ejercicios de respiración, cambios de postura o variaciones en el tono de voz) ayudan a generar una mentalidad más abierta, a tolerar el estrés y a entrenar nuevas formas de respuesta.

(*) Mariela B. Caputo, doctora en Medicina (UBA), licenciada en Psicopedagogía, máster en Neuropsicología, directora de NEDUTEC y GNOSISKIDS, creadora del videojuego KIKI (premio Sadosky 2021) y autora de la colección PEALI y el libro Con Bienestar.