ENRIQUE BLASCO GARMA (CARITA ARTE)
ENRIQUE BLASCO GARMA

Por: Enrique Blasco Garma. Economista

 

Las Lebac del BCRA ofrecen un rendimiento en pesos que, con un dólar estable, se transforma en el más elevado del planeta, para un activo muy confiable, de gran liquidez y amplio mercado. Y a pesar de la necesaria y exitosa salida del default. Con ese rendimiento los activos argentinos y el trabajo pierden valor, en pesos, incluyendo al dólar. Se frenan el empleo y la producción.

Me atrevo a disentir con el enfoque del BCRA. Al explicar el programa monetario, su presidente expuso: «Los depósitos bancarios privados en Inglaterra alcanzan al 134% del PBI, en Chile y Brasil cerca del 50%. En cambio, en la Argentina sólo el 17%». Pero cuidado, esa disparidad no se debe a la falta de ahorros. Los argentinos mantienen en el exterior inversiones por cerca del 50% del PBI. Una gran masa de capitales permanece afuera por temor a los gobernantes de la Argentina, desde hace mucho tiempo. Para esos capitales, lo relevante, su costo de oportunidad, no es la tasa de interés real en la Argentina sino la rentabilidad en dólares, la que obtienen en el exterior.

Para alentar la vuelta de esos recursos, será necesaria una paciente tarea de ofrecer seguridades sostenibles en el tiempo -incluyendo el valor del peso y gobernabilidad- defendidas por partidos políticos, opiniones e instituciones. Una ola de descontentos por caída del empleo y la demanda trabaría la construcción de la confianza y reconstrucción de la economía. En tanto, debemos aceptar que la estructura de respeto a los derechos de propiedad todavía dista de ser la de EE.UU. o Suecia. Hasta que pacientemente, y paso a paso, reforcemos las instituciones para defender la propiedad y la vida, no podemos pretender una desbordante afluencia de capitales. La expansión de la economía y el empleo serán un fuerte atractivo, probablemente más significativos que altas tasas de interés.

El BCRA debiera reconocer el gran volumen de las transacciones que hacen en las cuentas en dólares, no en pesos. Por eso, los argentinos y los que consideran invertir aquí piensan en divisas, no en pesos. Por muchísimos años, los precios en pesos variarán al compás del dólar, en todos los bienes y servicios transables.

Los no transables pueden diferenciarse según la brecha entre capacidad productiva y demanda global. Bajan en dólares cuando aumenta la desocupación; y suben cuando crece el empleo, pero siempre con referencia al dólar. La reciente revalorización del peso podría estar causando menor ocupación laboral.

En general, los bancos centrales persiguen un doble objetivo, estabilidad monetaria y aumento del empleo. Buscar el primero a costa del segundo puede generar grandes males. En su famosa obra, «The economic consequences of Mr. Churchill», J. M. Keynes anticipó las devastadoras consecuencias de revaluar la moneda y elevar las tasas de interés por encima de lo razonable, implementadas por Churchill, entonces secretario del Tesoro que, finalmente, tuvo que renunciar.

En la Argentina, con índices de precios desacreditados, una población que contabiliza, piensa y decide en dólares muchas transacciones, con instituciones frágiles, frecuente recurso de créditos del Banco Central para el Gobier-no y particulares, permanente intervención del Banco Central en operaciones cambiarias y crediticias, la flotación sería poco creíble. Un sostén endeble para las expectativas. Por eso, para aquietar de cuajo las perspectivas inflacionarias, sería aconsejable eliminar el déficit fiscal (o establecer una pauta precisa y rápida), y establecer un tipo de cambio estable y suficientemente atractivo. Es el sistema que la gente entiende y puede comprobar fácilmente. Ese programa ofrecería las mejores probabilidades de éxito en el futuro cercano.

Parece un poco sesgado insinuar que el tipo de cambio fijo llevó a las crisis económicas del pasado. La Argentina sufrió las crisis pasadas con todo tipo de política cambiaria y monetaria. Con mayor precisión debiéramos decir que fue la incapacidad y excesos de los gobernantes, aberrantes déficit fiscales y emisión monetaria. Por esa experiencia, los capitales huyeron, ahuyentados por los gobiernos. La presente administración podría intentar ir convenciendo pausadamente las ventajas de confiar en el futuro. Y el idioma común de los capitales es el dólar más que el peso.