Memoria: cuáles son los crímenes de los genocidas que visitó Benedit
Alfredo Astiz, uno de los máximos símbolos del terrorismo de Estado en la Argentina.
De ANÁLISIS
El diputado nacional entrerriano Beltrán Benedit (LLA) es noticia nacional por haber organizado una visita al penal de Ezeiza para dialogar con cuatro genocidas condenados por delitos de lesa humanidad. La acción causó rechazo en el arco político y es oportuno y necesario para el ejercicio de la memoria repasar los crímenes cometidos por los hombres de renombre de la dictadura cívico militar a los que el legislador entrerriano decidió visitar y luego defendió en una explicación también cuestionada.
Alfredo Astiz: el ángel de la muerte
Apodado “el ángel de la muerte”, nació en Mar del Plata en 1951. Fue asignado a la ESMA y se constató su responsabilidad en innumerables secuestros de personas que fueron llevadas a la principal cárcel clandestina de la dictadura.
Con rango de capitán de fragata, perteneció al Grupo de Tareas 332. La combinación de su ferocidad y su cara aniñada hicieron que se ganara el apodo de «ángel de la muerte» y se convirtiera en uno de los máximos símbolos del terrorismo de Estado.
Se infiltró en Madres de Plaza de Mayo simulando tener un hermano desaparecido. “Marcó” con un beso a las mujeres que buscaban a sus hijos en la puerta de una iglesia y horas después fueron secuestradas Azucena Villaflor, Esther Ballestrino y María Ponce, fundadoras de la organización.
La misma suerte corrieron las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet, quienes permanecieron cautivas en la ESMA hasta que fueron arrojadas al mar desde un avión militar en uno de los tristemente célebres «vuelos de la muerte».
Tiempo después, el marino asesinó a la adolescente sueca Dagmar Hagelin.
En 1982, durante la Guerra de las Malvinas, integró un grupo de comandos y no se resistió cuando las fuerzas británicas lo tomaron prisionero. Durante el conflicto no hay registro de que haya disparado un solo tiro.
En 1986 y 1987 fue uno de los cientos de represores beneficiados por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, y en 1990 la Justicia francesa lo condenó en ausencia a prisión perpetua por los crímenes de las monjas.
Siete años después, el juez español Baltasar Garzón solicitó su captura y extradición y en 1998 fue expulsado de la Marina.
El año 2003 marcó el principio del fin para el antiguo marino, cuando el Congreso anuló las «leyes del perdón» y se reactivaron cientos de causas por delitos de lesa humanidad.
La «megacausa ESMA» lo llevó a una cárcel militar a comienzos del 2004 y dos años después un tribunal ordenó la reapertura de la investigación por la desaparición de Dagmar Hagelin.
Tras ser condenado a prisión perpetua en Italia, también en ausencia, Astiz fue trasladado en 2007 a una cárcel común, donde esperó el juicio por sus crímenes en la ESMA en el que se lo condenó a prisión perpetua.
Ricardo Cavallo: apuntar contra un recién nacido
Nació en Buenos Aires en 1951. También fue miembro del GT 332. Alias “Marcelo” o “Sérpico” se destacó en la ESMA por ser “salvaje en la tortura y refinado en el trato cotidiano con los prisioneros”, según reflejó la periodista y ex presa política Miriam Lewin.
Uno de los testimonios más crudos sobre su accionar es el de Cristina Muro, que estaba amamantando al menor de sus dos hijos, de seis días, cuando la patota de la ESMA entró a su departamento. La golpearon, la redujeron y le abrieron los puntos del parto a puntapiés. Uno de los represores agarró al bebé, lo sostuvo de los pies cabeza abajo y le puso la pistola en la boca. «Te callás o disparo», amenazó. Era Ricardo Cavallo.
Cavallo se recicló como empresario en México. Su compañía, Talsud, se adjudicó el Registro Nacional Vehicular. El corresponsal del diario mexicano Reforma en Buenos Aires, José Vales, confirmó que Cavallo, el empresario exitoso, era el mismísimo genocida.
El juez Garzón pidió que lo detuvieran. El represor se había tomado un avión hacia Argentina, donde paradójicamente había cometido todos sus crímenes, pero gozaba de impunidad gracias a las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Su vuelo hizo escala en Cancún e Interpol lo detuvo. La imagen recorrió el mundo.
Tres años pasó Cavallo en la cárcel en México, y luego, otros cuatro en España, a disposición de Garzón. Finalmente, lo extraditaron a Argentina, donde ya habían sido declaradas inconstitucionales las leyes del perdón. Llegó a Buenos Aires en marzo de 2008.
En las audiencias de la megacausa ESMA, se lo vio con barba y anteojos, tomando nota en una computadora. Fue condenado a prisión perpetua por doce secuestros, doce casos de tortura, doce homicidios y robo, esto solo en el segundo tramo de la megacausa.
Adolfo Donda: robar un bebé de la propia familia
Nacido en la ciudad entrerriana de Diamante, fue condenado este año por el Tribunal Oral Federal 6 de CABA a 15 años de prisión por la apropiación y ocultamiento de identidad de la hoy dirigente política Victoria Donda, que es su sobrina.
El exmarino, parte del sistema represivo como miembro del GT 332 de la ESMA, cometió estos delitos contra su propia familia, algo único en la historia de los juicios de lesa humanidad.
Victoria Donda Pérez nació en el centro clandestino de detención ESMA, durante el cautiverio de su madre María Hilda Pérez y de su padre, José Laureano Donda. Ambos se encuentran desaparecidos.
La madre de Victoria estaba embarazada cuando fue secuestrada. Mientras estaba detenida, dio a luz a su hija y le atravesó la oreja con un hilito azul para poder identificarla si se la quitaban.
Victoria fue inscripta como hija biológica por el prefecto Juan Antonio Azic, integrante del grupo de tareas de la ESMA junto a Donda. Recién en 2004, 27 años después, logró recuperar su identidad gracias a Abuelas de Plaza de Mayo.
Adolfo Donda Tigel actuó en la ESMA con otros miembros de la Armada en secuestros, aplicación de tormentos y en la sustracción de los bienes de las personas privadas de libertad, entre otros delitos, hechos por los cuales recibió penas de prisión perpetua en 2011 y en 2017 en las denominadas causas 1270 y ESMA Unificada, respectivamente.
Raúl Guglielminetti: el civil con poder militar
Fue represor del centro clandestino Automotores Orletti, apodado “El Mayor Guastavino” y señalado como uno de los miembros civiles más conspicuos de los grupos de tareas de la dictadura.
Nació en 1941 y a mediados de los años ’60 fue incorporado como “agente civil” al Servicio de Inteligencia del Ejército.
Formó parte de la estructura de la Triple A, radicado en Neuquén, donde fue asignado a la delegación de la Policía Federal.
El mismo día del golpe de 1976, al frente de una patota de civil, detuvo al maestro Nano Balbo, quien vivió para contarla, aunque las torturas infligidas por este agente de inteligencia lo dejaron sordo.
Enviado a Buenos Aires como agente civil de Inteligencia del Batallón 601, reportó a Aníbal Gordon, con quien alquiló un taller mecánico en Floresta por instrucciones del represor Guillermo Suárez Mason.
El lugar luego fue conocido como Automores Orletti, emblemático centro de tortura y exterminio en el marco del Operativo Cóndor.
En 1985 fue detenido a raíz de las denuncias en la Conadep, pero fue liberado luego de que se promulgaran las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
El momento de pagar por su participación en la represión ilegal de la dictadura tardó mucho en llegar, pero ocurrió: fue una tarde de agosto de 2006, cuando el juez Daniel Rafecas ordenó a un grupo de agentes de la Policía Federal que dieran con su paradero. Estaba en su campo en Mercedes y de allí lo llevaron detenido.
Desde entonces fue condenado por varias causas, alguna de ellas a prisión perpetua.
Deja una respuesta