El artista recorrió el mundo con su guitarra a cuestas, de la mano de Antonio Tarragó Ros y Raúl Barboza, entre otros músicos. Es intérprete y autor de la música del vals Victoria mi Ciudad, canción oficial de la Ciudad de las Siete Colinas.

Se sienta todas las mañanas junto a la ventana en tradicional Plaza Bar, desde allí puede observar el movimiento de la plaza central de la Ciudad de las Siete Colinas. Toma un café, charla con amigos y conocidos, luego vuelve a la calidez de su hogar, ubicado a pocas cuadras de allí. Todos los días, desde hace cinco años, cumple con el ritual. La distancia entre su casa y el bar las recorre caminando, aunque muchos se ofrecen a llevarlo en automóvil. Es que con sus 80 años recién cumplidos, don Octavio Osuna se siente bien, incluso se asombra de su buena salud y considera que el mantenerse en movimiento lo ayuda.

Es un artista con todas las letras y un fanático de la música. Fue guitarrista, cantante, autor y compositor y si bien incursionó en otros géneros, es reconocido por haber participado de proyectos artísticos que marcaron un hito en el género litoraleño.

El último de 10 hermanos, por ser el séptimo hijo varón es ahijado de Roberto M. Ortiz, quien alcanzó la presidencia en 1938. «No se cumple la leyenda popular del lobizón porque mi hermana nació antes que yo», destacó en diálogo con UNO.

Ama con locura su Victoria natal, lugar donde dio rienda suelta a sus primeros acordes, ese espacio de reencuentro cotidiano con sus amigos, el lugar desde donde brotan los recuerdos de una infancia feliz, la tierra donde aprendió a querer y defender la música litoraleña.

Bien lo expresa el vals, que hoy es canción oficial de la localidad: «Victoria mi ciudad, mi ciudad querida, sensación de vida; de amor y amistad. Fraternal regazo para mi esperanza, novia de mis ansias, madre espiritual. Victoria mi ciudad, en tus altos cerros están los recuerdos de mi edad feliz. Fortuna en el tiempo, romántico nido, a mi Dios le pido de morir aquí».

Si bien el autor de la letra es Leopoldo Díaz Vélez, fue Octavio quien le transmitió al poeta su sentir por este rincón entrerriano. Luego él fue intérprete y autor de la música del vals. «Le conté a Leopoldo que quería homenajear a mi ciudad y me dijo: ‘Pero yo no conozco tu pueblo’. Le di pautas: le describí el paisaje, la luna, las tradicionales rejas, los bailes, la lluvia… Al tiempo nos encontramos y tenía la canción escrita. Le puse la música que por tanto tiempo había masticado y hoy es himno», contó.

Su mamá Mercedes tocaba el piano y la guitarra en el coro de la Iglesia. Desde chica ella y sus 14 hermanos, cantaban milongas y tocaban la guitarra en su casa de Gobernador Antelo. De ahí su oído musical. Su papá fue un hombre de campo que trabajó muy duro para mantener a su familia.

Todos los hermanos de Octavio nacieron en Victoria y tuvieron, en mayor o menor medida, relación con la música. «Uno de ellos, Osvaldo Ribó (Andrés Bartolomé Osuna su verdadero nombre) fue cantor de tango y formó parte del staff de Mariano Mores», cuenta orgulloso.

«Si habré roto escobas»

Fue a los 7 años cuando Octavio tuvo su primer contacto con una guitarra: «No la dejé más. Era un apasionado, si habré roto escobas jugando a tocar. Los chicos me invitaban a jugar a la pelota en la esquina, no quería saber nada», recuerda.

Sus primeros pasos en la música los hizo a partir de la enseñanza de amigos y de sus propios hermanos, luego vino la especialización en el conservatorio Williams. «¿Mi primera canción en público? La Vaca Lechera, en segundo grado, de guardapolvo», cuenta entre risas. Su actuación no faltaba en los actos de la escuela Normal Superior Osvaldo Magnasco, donde cursó sus estudios. A los 15 años comenzó a realizar presentaciones.

Por el mundo

Con sus sueños y su guitarra a cuestas Octavio recorrió el mundo. Primero, aún siendo adolescente se radicó en Buenos Aires junto a su familia y ahí nomás comenzó a integrar diversos conjuntos folclóricos y de música melódica como Los Arrieros Cantores, El Trío Azul y el conjunto de Edmundo Zaldívar (h).

A los años regresaron junto a su madre por pedido de ella. Él hizo un curso de inseminación artificial con un veterinario amigo y estuvo durante tres o cuatro años trabajando en una estancia, hasta que un día lo llamaron de parte de Antonio Tarragó Ros. Se había separado de su conjunto Ángel Dávila, que cantaba con él. Entonces dejó de inseminar vacas y se fue de nuevo para Buenos Aires para retomar lo que le gustaba.

Fue en 1980 que se incorporó al trío de Antonio Tarragó Ros, compartió escenarios y grabaciones por seis años, participó de los discos Chamamecero, Tarragoseando y Pueblero de Allá Ité para el sello Philips. En estos registros Octavio puso su voz en interpretaciones de obras como Camino del Arenal, Pueblero de Allá Ité, Sinecio el Barrilero, Flor de Chajarí y Romance Pueblero.

En 1985 fue convocado por Raúl Barboza y grabó para el sello Cabal el disco Boliche de Pueblo Chico, último registro de Barboza en Argentina antes de radicarse en Francia, donde Octavio Osuna versiona clásicos como Vieja Canoíta y Camino del Arenal.

En 1990 participó de la grabación Por Ser Nomás Guitarrero, de Ramón Alberto Pocholo Airé, donde grabó obras como Mi Expresión Regional, Sarandí de los Recuerdos, El Paraná Amaneciendo, A Orillas del Sol; y dos obras de su autoría, Cayguá de los Guaraníes y Luna Entrerriana, chamamé que le pertenece en colaboración con Oscar Valles. Luego formó dúo con Enrique Espinosa.

En 2008 fue homenajeado en Corrientes, y al año siguiente distinguido Victoria, como Embajador Cultural de la Ciudad. En 2011 recibió de parte de la comisión del Festival de Doma y Folclore de Diamante un reconocimiento a su aporte a la cultura, y ese mismo año fue nombrado como La Voz Entrerriana del Chamamé. En 2014 fue homenajeado en el Senado de la Nación y ese mismo año se le hizo entrega a Octavio de un Premio a la Trayectoria por parte de Diario UNO de Entre Ríos (en la 10ª edición de los premios Escenario).

Desde 2005, el tema Vals a Victoria, conocido habitualmente como Victoria mi Ciudad, por su primera estrofa, el poema de Leopoldo Díaz Vélez al que Osuna le pusiera música y voz, es considerado Canción Oficial de Victoria.

Por estos días Octavio colgó la guitarra, pero continúa cantando con dos jóvenes victorienses: Marcos Pereira (guitarra y canto) y Franco Giaquinto (bandoneón).

Por medio de la música conoció Canadá, Japón, Venezuela, Colombia, estuvo en las Cataratas del Niágara, Toronto y Perú, entre otros lugares. «Cuando paró el tren, al llegar a Japón, una multitud nos recibía con banderas argentinas y japonesas. A Barboza ya lo conocían. Era una locura lo que vivíamos», contó. «Con Tarragó Ros recorrí desde La Quiaca hasta Tierra del Fuego».

«Mi vida fue cantar, mis hijos se los debo a la música. Soy un fanático de la música y sin ella no hubiese podido vivir. Todo el mundo se llena de lágrimas con mis canciones, porque le pongo el corazón. «Me pasaba con Antonio (Tarrago Ros) que al terminar un tema se venían los aplausos de la gente, entonces él se acercaba y me decía ‘Chamigo yo estoy llorando’, a mí me pasaba lo mismo, era tal la emoción. Eso me dio siempre la música, mucha emoción», narró.

 «La música conecta. Gente buena viene a acariciarte, a agradecerte tu entrega. Tuve éxitos como De Allá Ité con Antonio y Vieja Canoita Islera, con Raúl», dijo Octavio.

Un sacrificio para toda la familia

Octavio es padre de cuatro hijos: Esteban, Juan Ignacio, Santiago y Micaela. Divorciado, encontró en Victoria su refugio. «Cuatro hijos, separado, por eso me refugié acá. Tres varones: Esteban, Juan Ignacio y Santiago, Micaela la más chica. Están en Buenos Aires».

«Fui sincero con mi mujer, le dije ‘mirá que soy músico’. ‘Contigo pan y cebolla’, me dijo. Macanudo. Falté a la semana, al mes y un día me preguntó: ‘¿Otra vez te vas?’. ‘Yo te dije que vivía de la guitarra’. Fue un sacrificio para toda la familia, parte de la niñez de mis hijos me la perdí, cuando menos acordé ya eran grandes», contó Octavio.

Juan Ignacio, el segundo, fue quien siguió sus pasos y se dedicó profesionalmente a la música. Viviendo en Buenos Aires, integra el grupo folclórico Tulma (composición, voz, guitarras acústicas y ukelele). Su primer disco, Sueño Real.

Presente en la entrevista de UNO, dijo de su padre: «Me dejó la mejor herencia, la vocación. Tengo la responsabilidad de seguir su camino, dejar buenos recuerdos y una huella donde vaya, lo digo en cuanto a lo humano, musicalmente te puede gustar o no».

Valeria Girard
Diario Uno