Escribe: Hernán Firpo

Tiene un sex shop con vidriera en el barrio de los restós de moda. Dice que el público lleva sobre todo geles lubricantes.

Debe tener más de una virtud, pero ella y solo Elizabeth Arian –mujer, decidida, esbelta, compacta– sabe lo que es revolucionar el comercio de los juguetes sexuales (si es que cabe lo de revolucionar).

Vidriera a la calle. Una ventana indiscreta que ni Hitchcock, ella venció el lúgubre paisaje de la galería con vidrios ahumados para mezclarse en la trama comercial con admirable naturalidad.

La nota es porque uno siempre tiene el punto de vista de la Rampolla y sus soluciones sexuales con consoladores lindos, coloridos, grandes, medianos, chicos, pero de infidelidad mejor no hablar. ¿Qué nos pasa cuando la cama se llena de falsos y tornasolados penes? Culpa de la cultura del sexo –¡culpa de Rampolla!–, confundimos frecuencia con deseo y queremos saber si estará bien, o mal, hacerlo una vez por mes (¿y se notará mucho que no hemos pasado de la página 2 del Kamasutra?) Le dicen “Eli”. Eli tiene una larga década de experiencia en materia de objetos que se mezclan entre nuestras sábanas. Su espacio de placer está en la calle Borges al 2100 y cuando escucha que nombramos a la Rampolla, ríe. “Los juegos sexuales son un invento para evitar la rutinas”, dice.

En la pompa de los Palermo’s, y con un buen gusto a prueba de incautos, ella logró que damas y caballeros entren al local (¿penetren?) sin saber de qué se trata todo esto. Que no tengan ni idea hasta pasar el biombo. Biombo y después, la mayor colección de erecciones inorgánicas.

“Me parece que Palermo Soho es más hétero que otra cosa. Vienen también lesbianas, pero gays no. No sé, creo que los gays deben moverse en guetos muy cerrados”.

¿Qué es lo que más se vende en un sex-shop palermitano?

Geles lubricantes. El gel se lleva permanentemente. Lo llevan hombres, mujeres… También se llevan geles saborizados para sexo oral. O geles para masajes.

¿Se compran geles porque nos aburrimos de los famosos juegos previos?

Puede ser, pero básicamente se llevan porque hay una enorme variedad de geles para distintos usos. ¿Escuchaste hablar de los geles con temperatura frío-calor? A muchos hombres les gusta el gel frío en el miembro… La humectación natural es un tema que podría cuestionarse, pero el sexo anal requiere el uso de geles.

Top tres de lo que más se vende en un sex shop, según Elizabeth:
1) Lo dicho, geles para hombres y mujeres (“también geles saborizados para sexo oral y para masajes”)
2) Vibradores (“mucho más que consoladores”)
​3) Productos para prácticas sadomasoquistas y fetichistas (“en general un sado suave. Más esposas que látigos. La sumisión se practica como un juego”).

“Porno boutique”, tira para referirse a su especialidad. Antes se dedicaba a importar ropa de los Estados Unidos, pero lo de las Torres Gemelas le convidaron un pánico aéreo que la llevó a revisar otras posibilidades comerciales. De profesión, psicopedagoga. Nada, apenas un detalle para el CV.

“Empecé vendiendo cosas básicas porque los porteños éramos muy básicos en esto del sexo”.

Dixit Eli.

“El porno-shop viene acostumbrado a la sordidez de los vidrios pintados de negro. El sexo no se lo merece. Este es un negocio como cualquier otro y no tiene por qué estar escondido”.

Se vende mucho el vibrador externo. ¿Nos está costando encontrar el clítoris?

Yo creo que la mujer disfruta la estimulación externa. Además, los penes no vibran. Pero preguntás algo que está ocurriendo: hay muchos hombres que no se están dando el tiempo necesario. Cuando me vienen a preguntar qué llevar, yo soy de recomendar vibradores. El consolador se usa para la penetración, pero también se lo dan el perro o se usa de pisapapeles (sonríe). Y hay consoladores para el Punto G…

O sea que existe.

Claro, hay consoladores curvos especialmente diseñados para el Punto G. Cuando empecé en este negocio ni se hablaba de esto.

¿Del consolador curvo?

No, del Punto G.

¿Muñecas inflables tenés?

Acá no piden, igual yo no vendería.

¿Por?

No me gusta semejante despersonalización. Tengo la cabeza abierta, pero no tanto.

Publicó: Clarín