Pilar Sordo: "La felicidad pasa por preguntarnos qué queremos y accionar en consecuencia"
En la última etapa de una gira extensa y exitosa en la que expuso sus experiencias y saberes sobre los caminos para alcanzar el bienestar y sobrellevar el dolor, la reconocida psicóloga puso el acento en la necesidad del autoconocimiento, el coraje de no negar los problemas y las ventajas enfrentar los miedos.
—Aunque venís seguido, ¿cómo encontrás de ánimo a los argentinos por estos días?
—Lo que encuentro de la Argentina no es muy distinto a lo que vi en mis anteriores visitas: la necesidad de escuchar qué es esta aventura de la felicidad. Como todo el mundo sabe, estoy despidiendo este tema. Hay mucha inquietud por conocer las últimas actualizaciones. El cariño de la gente es enorme. Sí, obviamente, logro percibir la preocupación, pero eso no me compete abarcarlo a mí. En todo caso puedo decirte que están más ansiosos por escuchar hablar de este tema de la felicidad.
—¿Y qué es la felicidad?
—Hay dos cosas importantes para aclarar. La felicidad es un estado que tiene más que ver con la paz, la tranquilidad, la quietud, el silencio y no tanto con el goce o el placer. La felicidad y alegría no tiene que ver con el tener sino con el necesitar menos. Es una decisión buscar la paz. Necesitamos ser agradecidos, asentarnos en lo que tenemos y no en lo que nos falta. Tener más sentido del humor, por ejemplo. Y fe, que para los que la tienen, es un gran motor. Para mí la felicidad pasa por tomar contacto con los otros y con nosotros. Poder elegir a qué le vas a dar prioridad. Es un trabajo cotidiano. ¿De qué me sirve planificar para mañana? No mucho, porque no sé si mañana tendré lo mismo que hoy, la misma fuerza de voluntad. No sé qué me traerá mañana…
—Todo un trabajo…
—Y sí. Es un trabajo diario.
—Pero no muchos quieren hacerlo…
— Es que es más fácil echarle la culpa a lo de afuera, ser víctimas es más sencillo que asumirse en protagonista. Es un problemón hacerse cargo. Uno no quiere ver y trabajar sobre eso. Cuando le digo a la gente que depende de uno y de nadie más, no es lo que más desean escuchar. Insisto: pasa por cómo uno se arma su propio microclima…
—Hablás de fuerza de voluntad. ¿Qué pasa con los que sienten que no la tienen o los que tienen justamente afectado ese «músculo» de la voluntad, como ocurre con la depresión?
—En el caso de la depresión no hay energía vital. Es todo un cuadro que se trabaja con psicoterapia y fármacos. Cuando hablo de falta de voluntad me refiero a esas personas que se quejan todo el día, que no agradecen nada de lo que logran o de lo que tienen. De todos modos me ha pasado que hay gente que viene a escucharme, que tiene un cuadro depresivo o síntomas, pero cuando escucha puede tomarse de otro modo lo que le pasa. Como lo que propongo parte del análisis de las emociones, hablo del llanto prohibido que debe liberarse, de que estamos en un tiempo en el que las emociones se esconden, cuando escuchan, se encuentran con algunas ventanas, con herramientas para empezar a salir de la situación en la que están.
—Se te ve decidida, sonriente, como que no te pasaran esas cosas de las que hablás, ¿es tan así?
—Mira, de hecho (y me pongo autorreferencial) hubo años que han sido muy dolorosos para mí y me transformé en buena alumna de lo que digo en mis charlas y libros. A veces mejor, a veces no tanto, pero me doy cuenta de que cuando obedezco eso que digo me va mejor. Me considero, de todos modos, una aprendiz permanente, como todos. Uno al final no se gradúa de nada…
—¿Sentir que logramos algo depende siempre de que lo valoren desde afuera?
— En general hoy estamos como súper centrados hacia el afuera y todo lo que venga desde allí tiene más potencia que lo que viene desde adentro… esa necesidad de buscar afuera es la que hace que la gente me quiera escuchar a mí, por ejemplo. Ojalá que las personas empiecen a buscarse más internamente en vez de esperar del afuera. Creo que todos tenemos un nivel de inseguridad total y ¿cómo se soluciona eso?: tomando contacto con nosotros mismos.
—¿Cómo se logra? ¿Se decide y listo?
— Para tomar contacto la clave es el silencio, un viaje hacia adentro. Ahora, con el silencio es necesario hacer un ejercicio a la par: aumentar la cantidad de preguntas que nos hacemos de manera interna aunque las respuestas no sean las que queremos escuchar. Con cada respuesta, obviamente, hay que sumar una acción que refuerce esa respuesta. Actuar en consecuencia. Si me pregunto cómo estoy y la respuesta es: “triste”, me tengo que hacer cargo y encausar acciones. Acciones concretas. Primero, es un camino difícil porque nos preguntamos menos cada día. La falta de preguntas es clave en todo este proceso que estamos viviendo de tanta velocidad. Definitivamente nos faltan preguntas internas.
—¿Es necesario romper cadenas y mandatos para ser feliz?
— Después de cada pregunta, como decía, aparece una respuesta, y aparece quieras o no, desde la cabeza o desde la panza. A la respuesta tal vez uno la puede visualizar. Luego te enterás si para responderla necesitás ayuda, si tenés que hacer terapia o si podés resolverlo en soledad. Si implica romper con algo o no. A veces con un poco de repliegue ya es posible encontrar el camino. Obvio que será diferente si la respuesta involucra acciones que a la vez involucran a otros. Cuando implican a hijos, pareja, relaciones, suele ser más difícil, pero no imposible. Lo cierto es que los otros pueden acompañar el proceso o no, estar de acuerdo o no, pero independientemente de si los otros te acompañan creo que uno, en lo personal, en lo íntimo, debe hacer algo sobre ese conflicto.
—¿Es cuestión de ser valiente?
— Sí. Todo parte de un segundo de coraje. Es clave en la determinación. Tanto salir de una red de violencia como empezar una dieta requieren de ese segundo de coraje. Hay que tenerlo, es el vértigo de tomar las decisiones. Pero yo te aseguro que el coraje es premiado, que la vida termina reforzando esas decisiones.
—Es realmente difícil para muchos…
— Bueno, pero hay que entender y asumir que uno no está preparado para nada. Que se prepara en la medida en que se vive. Desde lo intelectual, prepararse es lindo, pero en el minuto en que uno toma una decisión trascendente no sabe cómo va a funcionar después. Es como cuando pensamos qué haremos si nos asaltan y finalmente lo sabemos si pasamos por eso. No es cómo lo imaginamos…
— ¿Los adultos podemos ayudar a las nuevas generaciones a que estén más preparados para vivir mejor?
—A ver, los hijos, por ejemplo, viven como viven las cosas los padres. Me refiero a que el testimonio es silencioso y ellos se quedan con lo que ven y no con lo que los padres les dicen. Lo que ven es lo que les deja huellas. Ellos van saliendo o entrando en esa locura vertiginosa que hoy se vive si lo hacen los padres. Si me ven viviendo de ese modo es más fácil que se contagien. Respecto del ejercicio de las preguntas interiores, lo que antes mencionaba, cuando me las hago, también de algún modo les enseño a mis hijos a hacérselas. Eso es no funcionar en piloto automático, que es lo que normalmente vivimos.
— ¿El adulto, le escapa a ese tipo de modo de vivir?
— En cierto modo le escapamos a la responsabilidad, a lo que implica comunicarse e implicarse con los hijos. Es más fácil comprar cosas que darse el tiempo de enseñarle a un hijo que se haga preguntas, que se anime a indagar sobre cómo está, a preguntarle: ¿cómo te sentís, qué necesitás de verdad? Enseñarles a ser honestos con ellos y con el entorno. Decirles cuando te piden que les compres tal cosa: ¿la necesitás o simplemente es un capricho? Pero, claro, es jodido, porque ese modo de actuar requiere tiempo, apagar pantallas, poner el cuerpo, estar presentes, atentos…
—Y se lo vive como una carga, a veces, como un costo…
— El costo lo tiene. A favor o en contra lo tiene. En términos reales, hacer o no hacer tiene un costo que sólo podré evaluar cuando esos hijos empiecen a ser adultos.
— Argentina vive tiempos de movilización en torno a los derechos de las mujeres, la llamada ola verde, las reivindicaciones feministas ¿qué mirada tenés al respecto?
— A mí me parece que lo que pasa es muy bueno porque crea una sensación de colectivo entre las mujeres que es muy positiva. Hay cambios culturales que no van a retroceder, y como todo cambio cultural a veces se vincula a excesos. Pero después se encuentran los centros. Los movimientos que parten de la calle deben llegar a todos lados, deben pasar a esa señora que tal vez no sale demasiado de su casa, que trabaja en su casa, para que pueda decir: sí, yo también trabajo, que se autovalore. Hay que lograr desde afuera hacia adentro que los varones dejen de decir que ayudan a las mujeres con las tareas de la casa para que pasen a decir y a sentir que comparten responsabilidades. Esos fenómenos intensos del afuera tienen que vivirse puertas adentro…Obviamente todo cambio cultural trae cosas que chocan a unos o molestan a otros. Se mueven muchas estructuras. A mí no sólo no me preocupa sino que me parece que está bueno.
— Eso implica también ir por el fin de los abusos, de los acosos por parte de los varones…
— Es que hay que desexualizar la relación hombre-mujer, salvo que sea consensuada. Cuando no es así es acoso, como cuando en la calle un hombre te dice algo. Eso pasa porque los hombres han sido dueños del espacio público desde siempre, porque se creen dueños de las mujeres y por lo tanto de hacer y decir lo que se les da la gana. Bueno, eso no va más. Ahora van a tener que aprender que el espacio público es compartido, y hay reglas de no erotización que deben cumplirse. No todo puede estar sexualizado, los varones durante mucho tiempo no se enteraron. Esto también se tiene que trasladar puertas adentro.
— Hay quienes creen que una mujer que es fuerte, segura y profesional no puede ser víctima de acoso o abuso ¿te ha pasado de sentirte mal por la violencia física o verbal de un hombre?
— No es cuestión de que una mujer sea o no de un modo. Todas hemos tenido la sensación de sentirnos incómodas en alguna estructura, alguna vez. De adulta me ha pasado menos pero sin dudas mucho más de niña o adolescente. Todas las hemos pasado, todas sentimos molestias por un comentario que al otro le sonó divertido…Entiendo que las nuevas generaciones de mujeres crecerán con menos vulnerabilidad en ese sentido. Mi hija tiene 24 años y mi hijo 27, y veo que ya se manejan súper distinto y que las personas de su generación funcionan mejor. Eso que yo sentía que era lo que nos tocaba, como mujer, a ellos ya no les pasa. Lo tienen súper claro, que hay cosas que no hay que aceptar. Desde lo intelectual sé que lo viven de otro modo, desde lo emocional no lo sé, pero confío en que los hombres se cuidarán más a la hora de traspasar ciertos límites.
—¿Creés que mostrarse sensible, empático, es visto en nuestro tiempo como un signo de debilidad?
— Mira, para mí es una curiosidad observar por qué se piensa de ese modo. Creo que tiene que ver con el ego nomás. Esa es una pésima definición de fortaleza, pensar que los fuertes son los que no expresan, los que no se muestran vulnerables… Tiene que ver con lo que cargamos, lo judeo cristiano, esto de guardar los sentimientos porque si sufro para adentro estoy más cerca de Dios. Eso nos hizo mucho daño en términos reales y explica muchas de las patologías que vemos.
—¿Ser feliz es un desafío, una obligación?
— Yo hablo del desafío de ser feliz y es una obligación. En mis charlas de estos días van a encontrar elementos nuevos relacionados con la expresión de las emociones y el camino a la felicidad, cosas actualizadas…
—¿Y cuál es tu próximo desafío en lo profesional?
—Estoy trabajando mucho en educar para sentir. Es mi libro más reciente. Y no pasa sólo por la educación de los hijos, me meto más de lleno con el mundo laboral, las pymes, las empresas, la necesidad de tener habilidades emocionales. En este campo se recorre la historia del ser humano y me ha parecido más que interesante. Me sigue sorprendiendo que hay mucha gente con maestrías y posgrados que no sabe relacionarse humanamente…
— Son complejos los vínculos en general y en particular en el mundo laboral. Hay muchos mitos…
— Exacto. Porque no pasa por tener un posgrado en Harvard sino que pasa por ser mejores personas. Estamos muy necesitados de que haya mejores personas. En el mundo laboral eso es brutalmente evidente, pero también en las universidades, en las escuelas. Nadie nos educa desde chicos para las emociones. A los hijos, en general, los mimamos por sus calificaciones y no por ser empáticos, generosos. Este es mi nuevo camino, un recorrido que me tiene muy entusiasmada y que muy pronto llevaré también a Rosario.