Su número crece por la abundancia de granos que generan el puerto y la circulación de camiones y porque los vecinos les dan de comer

El número de palomas que habita la ciudad ha crecido durante los últimos 25 años y su masiva proliferación generó problemas que derivan en propuestas de distintas soluciones, desde el control poblacional a través de anticonceptivos, la limpieza de las zonas de transporte de granos y hasta la caza de las aves.

  El cambio de paradigma en la producción agropecuaria y el acceso masivo de cereal a los puertos ha producido distintas modificaciones del ambiente, cuyo resultado es el crecimiento del número de ejemplares en la zona.

El ingeniero agrónomo Eduardo Pire, especialista en ecología, apunta como causas “el haber convertido los pastizales en grandes campos de cultivo, relacionando a estos animales con los granos”, y por otro lado la situación en la periferia de Rosario, “donde los camiones dejan caer mucho maíz y soja en la calle, que son un alimento de primera categoría”.

“Es como si tuvieran un fast food permanente en la región. Junto al río, que les da el agua dulce, hace que aumenten mucho su población”, describe.

El ecologista detalla que a excepción de un tipo, que es la paloma española (o europea, tienen una mancha verde en el cuello), las otras son autóctonas. Una es la paloma de monte (gris y de tamaño grande), que ha venido a la ciudad y está en toda la costa este, y la otra es la torcaza (zenaida auriculata, pequeña y dorada), que ya estaba en la zona y tiene mucha presencia en Córdoba, el norte santafesino y Entre Ríos, donde ataca los cultivos de girasol.

   “Posee una tasa reproductiva muy alta y cría todo el año. Cuando no encuentra lugar, hace nido hasta en el suelo. Al darle de comer aparecen estas cantidades gigantescas”, apunta.

Para el ex profesor de la Facultad de Ciencias Agrarias (UNR), las palomas “son un problema en la ciudad, porque las heces arruinan muchos bienes y hay una cantidad muy grande”. Si bien no considera que sean plaga, su planteo es que “hay que cazarlas”. Pero, “no con tóxicos ni con aves de presa (predadores naturales de la paloma), que están en peligro de extinción por los agroquímicos, sino con gomeras y rifles de aire comprimido”, señala quien encabezó durante años la ONG Amigos del Arbol.

   Consciente de que sus dichos podrían generar polémica, Pire afirma que “la política pacificista se contrapone con esta cazadora, pero la paloma es un muy buen alimento, lleno de proteína, que se come en muchos lugares del mundo”. Como ejemplo, comenta que en Estados Unidos se extinguió a principios de siglo XX una especie similar a la zenaida auriculata, llamada “paloma pasajera”, porque se utilizaba para cocinar y para alimentar a los cerdos. Además, menciona que “la paloma ibérica fue traída por los europeos a los campos para fertilizar los suelos con su excremento, cuando aún desconocían la riqueza del terreno y hacían la salsa para los fideos con los pichones”.

   Sin embargo, su propuesta no significa “matarlas a todas”, sino “alterarlas para que no estén tranquilas y la tasa de cría baje”. Esto significa “no hacerle un ambiente propicio”, ya que “pueden llegar a ser un riesgo sanitario si se detectara un brote de enfermedad aviar y porque transmiten muchas enfermedades”. El ingeniero agrónomo sostiene que “las aves son muy prolíficas y difíciles de controlar”, ya que “han evolucionado mucho y logrado sobrevivir a muchas contaminaciones”.

Por otra parte, el ex docente de la UNR propuso limpiar el alimento que se cae de los camiones, por las boquillas que abren los camiones y porque los vehículos tienen las cajas mal cerradas, lo que atrae a las palomas de otros lados, que son capaces de volar hasta 100 kilómetros por alimento. “Esto debería ser controlado por las autoridades. Y tampoco hay que darles de comer, porque eso atrae roedores que también contagian enfermedades como la fiebre hemorrágica”, señaló.