Sueño de una noche de la Alianza
El politólogo y editor de la Revista Panamá analiza semejanzas y diferencias entre el gobierno de De la Rua y el de Macri. El rol del peronismo. El rol de la UCR. Menem, Alasino y otros.
“Álvarez se mostró contrario a la reforma previsional y le recordó a De la Rúa que gobierna una Alianza”. Así titulaba el Cronista Comercial del 30 de diciembre del año 2000 el artículo que pasaba a explicar las desaveniencias políticas (una más) de la coalición gobernante en el poder. El Presidente De la Rúa había firmado un decreto de necesidad y urgencia para implementar la reforma, a tono con la necesidad y urgencia que tenia de los fondos frescos del denominado “blindaje financiero”. Esta y otras reformas, como la laboral, eran la precondición necesaria exigida por el Fondo Monetario Internacional para el otorgamiento del crédito destinado a salvar la Convertibilidad.Muchas veces en el análisis tiende a sobre ponderarse la comparación del gobierno de Cambiemos con la década de los noventa y el menemismo, cuando en realidad, en términos tanto de propósito político como de agenda de políticas públicas la analogía es más clara con el gobierno de la Alianza. Una vez abandonado definitivamente el perfil centro izquierdista y vagamente socialdemócrata a la Blair luego de la renuncia de Chacho Álvarez a la vice presidencia, el delarruismo (por ausencia de rumbo, creatividad política, instinto de clase, constreñimiento externo, o todas esas razones a la vez) tercerizó su agenda de gobierno a las distintas vertientes del entonces prolífico neoliberalismo argentino. Antes de la llegada al año siguiente de los hombres del shock, López Murphy y Cavallo consecutivamente, la reforma laboral y la reforma previsional del año 2000 tenían un espíritu netamente gradualista. Básicamente, mantener los fondamentals del modelo del 1 a 1 ya en franca crisis vía endeudamiento público masivo y reformas destinadas a achicar el denominado “costo argentino”. Tanto para la “tercera vía” del progresismo tardo noventas como para el autoproclamado “obamismo” de Cambiemos la entrada a la Modernidad del país se realiza mediante la liquidación definitiva del remanente de la estructura de derechos sociales y económicos de la Argentina del siglo XX. “Renuncia al aguinaldo, hijo mío, y la productividad australiana será toda tuya”.
La Argentina en ese sentido parece vivir un año 2000 al revés, con Pichetto en el rol de Alasino, Triaca en el de Flamarique, Dujovne en el de Machinea, Moyano en el de Moyano y Patricia Bullrich en el de Patricia Bullrich. ¿Macri está en el rol de De La Rua? La respuesta indudable y categórica es que no. ¿Por qué Macri tiene éxito en lo que De La Rúa no? Un mundo de respuestas infinita, en que se pueden sin embargo avanzar provisoriamente algunas, basadas en cinco ejes fundamentales: el factor humano, la solución al “problema radical”, la tarjeta de crédito, la crisis del peronismo y los presos.
En primer lugar, Macri no es De La Rúa. La remanida cuestión de la “nariz de Cleopatra”, o de qué lugar le cabe al hombre en la Historia, más allá de las estructuras económicas y sociales. En este caso, muchas: gran parte de la crisis de la Alianza se debió al déficit de liderazgo en su máxima cúpula. La pregunta del sistema monárquico por excelencia- ¿qué pasa si el Rey es un idiota?- no tiene respuesta favorable en un régimen presidencial como el argentino. El Rey en este caso no controlaba tampoco ninguna de los sectores de su propia coalición de gobierno, y había comenzado desde el vamos un repliegue sobre su familia y su clase, un indicador universal de debilidad política. Era el Perro del Hortelano en la Casa Rosada, no gobernaba ni dejaba gobernar; aunque hay que reconocerle que en su deriva gestionaría inventó el concepto de CEO en política, con la designación del gerente y Jefe de Gabinete Christian Colombo. Mauricio Macri, por el contrario, es el jefe indiscutido de su propia estructura, a la que modeló con los años a su imagen y semejanza, y a la que “homogeneiza” cada tanto cuando siente que alguna personalidad se aparta demasiado del espíritu de cuerpo del sacrosanto “equipo”.
Cambiemos en este sentido le encontró la solución al “problema radical” que el Frepaso no pudo. Si lo que se trata es de construir una coalición política no peronista con voluntad de gobierno, ¿qué se hace con la UCR? ¿Dónde se “pone” a los radicales? Gualeguaychú primero y la conformación ministerial del gobierno después clarificaron la cuestión. Cambiemos no es la Alianza, y el PRO hegemoniza incuestionablemente tanto la administración pública como el rumbo del Gobierno. Si hacía falta alguna aclaración, el fracaso del pustch porteño encabezado por Lousteau lo dejó claro. La UCR de la Alianza era un partido político pre 2001, formateado ideológicamente en los últimos 20 años por el liderazgo socialdemócrata (ahí sí) de Raúl Alfonsín. La presencia totémica del caudillo de Chascomús hacia políticamente inviable el “liberalismo” delarruista, y las tensiones públicas y privadas en el seno del radicalismo por el rumbo del gobierno hacían del programa económico aliancista una cuadratura del círculo en vivo, como comprobó en carne propia el también radical Ricardo López Murphy. Hoy, en cambio, las elecciones aplicaron un (aunque, nunca se sabe, tal vez provisorio) triple Alplax a la UCR, que ya no debate el rumbo ni las medidas económicas del gobierno que compone.
El Estado que heredó el macrismo no es tampoco el que recibió la Alianza. Los 12 años kirchneristas expandieron las potestades y alcances del Estado, a la vez que desendeudaron en términos externos las arcas públicas. El Estado Menemista era un Estado mínimo, restringido tanto por el chaleco de acero de la Convertibilidad como por el vastísimo corpus jurídico que implico la reforma del Estado de los noventas. El Estado había legalizado su propio despoder, y no podía regular casi ni el tránsito. Esto influía directamente en el timing de la política aliancista, que tenía una ansiedad empíricamente justificada: “nos estamos quedando sin guita”, como sostenían en privado todos los funcionarios de la época. En la Casa Blanca y desde el punto de vista financiero, a ambos les tocaron transiciones entre presidentes “amigables” del Partido Demócrata a hombres de puño cerrado y codo de oro del Partido Republicano: ni George W Bush ni Donald Trump son amigos de Planes Marshall ni Alianzas para el Progreso. Pero Cambiemos pudo a través de la toma masiva de deuda autofinanciarse y esperar a después de las elecciones para encarar las mismas “reformas estructurales”, contando a su favor con el espaldarazo del voto de Octubre, mientras que el aliancismo tuvo (quiso) que jugar el mismo partido pero con un tiempo menos. El límite de la tarjeta de crédito marcando el paso del tiempo político.
La crisis del peronismo, como todo en el gobierno de Cambiemos, es decisiva. ¿Estaba el peronismo de aquel año 2000 en crisis? Ciertamente, se encontraba atomizado en términos de liderazgo, procesando el final del ciclo largo del menemismo y el ante último round de la pelea Menem- Duhalde; y también se veía atrapado entre los votos de la minoría intensa menemista y su techo de ballotage (ahí también, Menem era “el que más media”). Sin embargo, le cabía al peronismo las generales de la clase política pre 2001: sindicatos, gobernadores, potenciales candidatos, todos en general tenían más poder, mucho más poder que el actual, conservando además la plaza fuerte de la Provincia de Buenos Aires. Eran “instituciones” que aún no habían pasado por la erosión de la lluvia ácida del 2001 y la crisis de legitimidad, resuelta solo muy parcialmente, a la que esta dio lugar. Además, el mismo ejercicio del poder kirchnerista (sobre todo en la última etapa cristinista) tendió deliberadamente a debilitarlos: no quería mesas, mediaciones ni competidores. Uno de los principales “muertos” luego del 2003 fue, efectivamente, el poder de los gobernadores. Los “gobernas” peronistas no pudieron entonces ni ahora canalizar ni construir un mínimo de poder autónomo, que no remitiese pura y sencillamente a su propia defensa corporativa en el ámbito del Senado y sus necesidades de caja. En este caso en particular buena parte del peronismo del Interior efectuó con esta votación un golpe mortal a sus pares bonaerenses, dado que parte del tinglado del esquema de las leyes oficiales responde a una voluntad estratégica mayor: volver a inventar la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires a través de su reconstrucción financiera. Vidal con dinero propio aparece como una perspectiva pesadillezca para cualquier opción peronista en la Provincia. La dislocación de cualquier lógica sistémica del peronismo a nivel nacional queda cristalizada en este acto. Cada peronista atiende su juego.
El poder sindical sufre además su propia crisis en espejo, evidenciada cruelmente en aquel “poné la fecha” de marzo de este año. El Teorema del Peronismo de Estado es que no es nada (o muy poco) sin el Estado Nacional. Macri avanza su agenda en un peronismo agrietado política e ideológicamente con una capacidad de respuesta conjunta mucho más limitada que en la era de la Alianza.
Y finalmente, los presos. El Estado Militante Argentino, que siempre usa el poder -en términos corleonistas- contra el que no lo tiene, cumple por otros medios el sueño incumplido de un sector de la Alianza: el de un peronismo con casquito negro y chaleco anti bala, en una escenificación que mixtura la estética de los juicios anti mafia italianos o colombianos con la de fin de régimen a la árabe: en definitiva la combinación entre las causas de corrupción estatal y la “traición a la Patria” bonadiana. Argentina, un país burgués con “justicia revolucionaria”. El Poder o la Cárcel. Un Lava Jato sin empresarios, una suerte de vendetta de los sobornadores contra los sobornados. Un cínico que mire Netflix podría sostener que la Argentina ha decidido pasar del rustico Cartel de Medellín al sofisticado Cartel de Cali.
Cuando Carlos Menem fue preso en aquel junio de 2001 el Ejecutivo oscilaba, como hoy, entre el festejo y la duda. El chachismo machacaba “sino hay economía, que haya presos”, y parte del Estado Militante reaccionaba instintivamente en ese sentido. Donde De La Rúa en su estilo habitual dudaba, Macri deja hacer, en un laissez faire que le sirve además para contener a Elisa Carrió, su propia Chacho Álvarez con 50% de los votos.
El cacerolazo del lunes pareciera señalar un primer límite social al macrismo en el terreno de la sociedad civil no organizada, aquel donde más le duele por sentirlo de alguna manera propia: la ciencia macrista se jacta de poseer la maquina “Enigma” para leerla. Además, la rebelión de los famosos “sectores medios urbanos” marcó desde 2001 siempre la pauta del cambio político argentino. Sin embargo, habría que preguntarse si el cacerolazo no forma ya parte del paisaje de la Argentina hegemónica, como si fuese su contraparte indisociable. Los cacerolazos más duros contra el kirchnerismo (como el del 2008 y también el de 2012) también se dieron a posteriori de rotundos triunfos electorales y ante un default más o menos generalizado de la oposición política. Pareciera que a la Argentina del Partido del Estado y la Hegemonía le correspondiesen las cacerolas como modo natural de expresión opositora. El Ying y Yang argentino.
Dicen que los jugadores de futbol sueñan seguido con los partidos que ya jugaron, un mundo onírico en donde todos los pases salen bien y todos los goles entran. Tal vez a Fernando De La Rúa viendo la votación del lunes a la noche le sucedió lo mismo. Y tal vez también soñó con un Mauricio Macri que le apuntaba, socarrón, desde el sillón de DT: “Era por abajo, Fernando”.
(*) Pablo Touzon (35) es uno de los fundadores de la revista política Panamá. A mediados de 2013, cuando el país se agrietaba y ganaba volumen el debate rabioso entre kirchnerismo y antikirchnerismo, se animó junto a otros intelectuales a crear un sitio con rigor analítico y profundo sentido crítico. Un lugar donde escribieran periodistas, escritores, politólogos, sociólogos y ensayistas de diferentes ramas ideológicas. La valentía dio sus frutos: hoy en día, Panamá es una referencia editorial para todo aquel que quiera sumergirse en las aguas del debate político.