Dispar ha sido la suerte de las encuestas en su carácter predictivo en este político año 2015. Si centramos la mirada dentro de los límites provinciales, fueron exitosas en las PASO, fueron erráticas en las generales, y se verá en el balotaje, donde de antemano advierto que es la situación más difícil de pronosticar.

Esto es así, no por una cuestión política o electoral, si no por una regla estadística. “El peor de los casos es comprobar que una dicotomía sea 50 % y 50 %”; dicho en términos más técnicos aun, “p y q=50 %”.

Para referenciar aún más, esa es la ecuación que es de naturaleza obligatoria y ética exhibir en una ficha técnica a la hora de informar el margen de error de un estudio cuantitativo (siempre y cuando se utilice un muestreo probabilístico).

Hagamos el siguiente ejercicio mental: si al candidato “A” la encuesta le da 54 % y al candidato B le da 46 %, hay 8 puntos de ventaja. Supongamos que la medición falle por 3 % puntos (margen aceptable para cualquier encuestador, se los aseguro). En ese caso, el candidato “A” pasaría a tener 51 %, yendo esos 3 puntos al candidato “B”, que sube a 49 %.

En términos técnicos y reales, la encuesta erró por apenas el 3 % (insisto que más que aceptable en cualquier encuesta del mundo) pero a vista de “el resto del mundo” (microclima inclusive) queda como un yerro importante. Imagino titulares o copetes del “lunes”: Las encuestas pronosticaban un amplio triunfo pero ajustadamente ganó el candidato “A”

Más dramático para el encuestador sería que pronostique que el candidato “A” gane 52 % a 48 % y se presente el mismo margen de error antes expuesto (3 %). Pasaríamos a títulos o copetes más lapidarios aun, e incluso cantitos de tribuna como se escucharon en el bunker de Martín Lousteau post balotaje versus Rodríguez Larreta donde la hinchada sugirió de viva voz, cantando con rima y en lenguaje procaz el lugar dónde podían guardarse las encuestas.

Valor predictivo de las encuestas
“Rotundo fracaso de las encuestas”, títuló el diario Infobae el 26 de octubre 2015. “El 25 de octubre hubo dos grandes derrotados, el oficialismo y los encuestadores” dijo Sergio Massa en su primera aparición pública después de las generales del 25.

Brevemente quiero compartir una experiencia. Se trata de la mi participación en el Congreso de investigadores de Mercado, o más aún de investigadores de opinión pública que he tenido la suerte de asistir en nuestro país y en el exterior. La denominación de “los brujos del siglo XXI” es por lejos la que menos importa a la gran mayoría de quienes ejercemos esta noble tarea sociológica. Lo que desvela, apasiona, gusta o satisface, es aplicar herramientas (encuestas, focus group, observaciones, tracking, entrevistas, etc.) para aportar información que transforme la realidad (o el voto en épocas electorales) y no predecirla. Aun así, este carácter de predictibilidad de las encuestas es ineludible para quienes ejercemos esta profesión u oficio.

Dentro de estos menesteres de las encuestas, sí hubo un error importante, claro e innegable en las elecciones del 25 de octubre. Falló la herramienta. Con total seguridad digo que “no es el fin de las encuestas”, ni siquiera da para preguntarse “¿Se puede seguir confiando en las encuestas?” como he escuchado interrogar a personas, incluso inteligentes.

Sepan disculpar esta analogía tan osada, pero las encuestas son como la democracia, lejos están de ser perfectas, fallan, pero es el mejor sistema posible para medir opinión pública.

Esto no quiere decir que en la próxima elección nada se deba corregir para intentar “acertar” resultados electorales. Innovar siempre fue en nuestra actividad una materia constante, ahora es imprescindible o imperante. En la “era de la inmediatez” que estamos atravesando, los cambios en los hábitos de consumos de medios (redes sociales entre ellos por supuesto) y las modificaciones de paradigmas políticos así lo imponen. Redefinir muestras, combinar herramientas y otras acciones, marcarán la agenda de los encuestadores en lo inmediato.

Como se habrá dado cuenta, intento defender (con sinceridad y honestidad) la industria en la cual me desarrollo, y permítame la comparación con otras actividades “predictivas”, que han acaecido en garrafales errores, han llevado al hombre a empaparse por una lluvia no advertida por la meteorología, o poniéndome más serio, a miles de familias sin hogares por equivocados pronósticos económicos.

Quien dedique tanto tiempo al desarrollo de esta actividad, como la mayoría de quienes aplicamos métodos, sistemas, herramientas, variables, etc, para llevarla a cabo, caería en la cuenta que una mente humana es aún más impredecible y volátil que el dólar blue o una nube.

El rol de los periodismos
También es recurrente en los congresos citados el bajo nivel de conocimiento que tienen los medios, periodistas y comunicadores sobre los estudios políticos, encuestas, o mejor dicho sobre sus herramientas. Desde ya no deben ser profesionales y especialistas en todo, pero hay un margen que en mi modesto entender se debería estrechar.

Si me pusiera en rol de purista podría decir que he escuchado un sinfín de inexactitudes últimamente. El lunes pasado, sin ir más lejos, uno de los más prestigiosos columnistas de un medio nacional hablaba de “encuestas cualitativas”. Tal categoría no existe. Son estudios cualitativos o focus group o entrevistas en profundidad. Otro periodista, el más de moda sin duda, afirmaba con unánime certeza “una encuesta es seria cuando supera los 800 casos, donde tienen un margen de error del 2 o el 3%”…. Sin duda “tiró fruta” diría un joven. ¿Por qué? Porque una encuesta puede ser seria con 500 casos, con 1.000 o 5.000 casos, o puede ser “no seria” con 500, con 1.000 o 5.000 casos. Además, y fundamentalmente el margen de error con 800 casos es de +/-3,5 %. Con 1.000 casos, +/-3,16 %, siempre hablando con un nivel de confianza del 95 %.

Mirando la escena local, un joven promisorio columnista dijo al aire “las encuestas telefónicas tienen más margen de error que las encuestas presenciales”: algo absolutamente incorrecto.

El modo de recolección no tiene nada que ver con el margen de error, que está absolutamente relacionado a la cantidad de muestra, tamaño de la población (esto tiene mucho menos incidencia de lo que intuitivamente se puede suponer) y el nivel de confianza al que se quiere aspirar (en la gran mayoría de los casos 95 %).

Pero esta cuestión no es solo nacional, comprende a los medios de comunicación a lo largo del continente (y seguramente mas allá). Un colega chileno expuso un ejemplo de El Mercurio (8 de enero 2006), donde tituló “Piñera gana el debate”. El resultado de la encuesta que originó esa afirmación, fue 43,3% a favor de Piñera y un 42,9% para Bachelet, es decir apenas 0,4% de diferencia. Le recuerdo lo expresado más arriba, casi ninguna encuesta tiene un margen de error +/- 3%. Temerario.

Si es manipulación informativa, si es sobrestimación de las posibilidades de las encuestas, o si es desconocimiento sobre sus limitaciones, quedará a criterio del lector.

Similar a esto, otro error usual y engañoso es afirmar (como hemos visto no pocas veces), “según las últimas encuestas, el candidato A le saca 1 punto al candidato B”. No hay encuesta en el mundo que tenga ese nivel de exactitud. Para ello, debería hacerse una muestra de 9.604 casos. Si conoce a quien puede financiar esto, al pie le dejo mi correo. Por favor páseme el dato.

(*) Diplomado en Investigación de Mercados. Universidad de Valencia, España. Director de Grupo Mercado.