Según las últimas cifras del Consejo General de Educación, el sistema educativo rural entrerriano aglutina a 39.179 alumnos, diseminados en 427 escuelas de Personal Único, y más de 400 de distintas categorías.

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Foto Archivo: Escuela Rincon del Doll (taller de educación vial)

Mirada en perspectiva de una década, la matrícula rural cayó 7,79 por ciento. Según anuarios estadísticos del Ministerio de Educación de la Nación, en 2007 había 42.492 gurises entrerrianos en escuelas de islas y rurales. A diferencia de las escuelas urbanas, la pérdida de la matrícula obedece a factores complejos, e incluso irreversibles, como la migración de familias del campo a la ciudad o el fenómeno de la sojización. Por eso queda una gran cantidad de establecimientos educativos, muchos de ellos con estructuras importantes y amplias para la escasa concurrencia. Han quedado como testigos del tiempo, como testimonios de un pasado que ya no volverá, ni siquiera bajo otra forma. “La matrícula rural ha disminuido. Es una variable que tenemos que cuidar y observar constantemente”, reafirmó la directora de Educación Rural de Entre Ríos, María Ester Barrientos, justamente a cargo de un área creada desde el inicio de la gestión de Gustavo Bordet.

Victoria
“Uno trata, y me gustaría que la gente no se vaya de la isla, porque por ahí se va y engrosa las villas de emergencia de localidades cercanas. Acá cuenta con la naturaleza, si bien es cierto que una inundación tras otra es como un impuesto que la naturaleza le cobra, y lamentablemente en el último tiempo está cobrando seguido”, reflexiona el director y maestro único de la Escuela Nº 3 General Juan Manuel Savio, ubicada en la 3º sección de Islas, en la zona conocida como 4 Bocas, en Victoria.

El maestro alberdino, un paranaense que está en la institución hace más de una década, vivió en carne propia la disminución de estudiantes: años atrás había unos 28 alumnos. Las inundaciones, unas tras otras, fueron corriendo cada vez más a las familias. Por ejemplo, muchas se fueron instalando en la zona ribereña de la localidad más cercana, Villa Constitución, Santa Fe.

“La escuela tenía más alumnos. Es una edificación grande, pero va quedando poca gente en el campo”, señaló Marta Gerber, directora de la Escuela Nº 62 Dominguito, de Distrito Sauce, en Nogoyá. A su cargo tiene cuatro alumnos. “La escuela, en el campo, es el centro donde se ven los chicos, donde se juntan las familias. Los sábados nos reunimos para trabajar y arreglar el mantenimiento de la escuela”, acotó.

Islas y campo, dos caras del particular sistema educativo rural entrerriano, que según las últimas cifras del Consejo General de Educación, aglutina a 39.179 alumnos, distribuidos en 5.086 chicos en Nivel Inicial, 17.000 en el Primario y 17.093 en Secundario, diseminados en 427 escuelas de Personal Único, y más de 400 de distintas categorías.

Mirada solo en perspectiva de una década, la matrícula rural cayó 7,79 por ciento. Según anuarios estadísticos del Ministerio de Educación de la Nación, en 2007 había 42.492 gurises entrerrianos en escuelas de islas y rurales: 5.156 en el Nivel Inicial; 23.028 en Primaria; mientras que en Ciclo Básico eran 9.593, en Ciclo Orientado 2.986, y en 5 años Secundaria, 1.729 chicos.

A diferencia de las escuelas urbanas, la pérdida de la matrícula obedece a factores más complejos, e incluso irreversibles, como la migración de familias del campo a la ciudad: a partir del inicio de la segunda mitad del siglo pasado, la cantidad de alumnos en las ciudades superó a la matrícula rural, y ese fenómeno lamentablemente nunca más se detuvo. El fenómeno de la sojización parece ser la estocada final de la sangría de personas en el campo. Por eso queda una gran cantidad de establecimientos educativos, muchos de ellos con estructuras importantes y amplias para la escasa concurrencia. Han quedado como testigos del tiempo, como testimonios de un pasado que ya no volverá, ni siquiera bajo otra forma.

Seguramente cada uno recordará o tendrá en su entorno algún familiar criado y formado en una escuela rural.

«La matrícula rural ha disminuido. Es una variable que tenemos que cuidar y observar constantemente», sostuvo la directora de Educación Rural de Entre Ríos, María Ester Barrientos, justamente a cargo de un área creada desde el inicio de la gestión de Gustavo Bordet. Antes, la ruralidad no era vista como algo específico, y solo estaba contemplada como una subdirección en primaria, que incluso estuvo vacante durante la anterior administración provincial. «Se viene a visibilizar el sector, no sé si abandonado u olvidado, pero no era tomado como particular, como debe ser, sino en lo general», explicó.

La labor allí es muy amplia, compleja, y no solo tiene que ver con lo educativo, sino que está atravesada profundamente por el proceso social, económico, productivo que expulsa a la gente del campo. Y el abandono, el ausentismo, tiene múltiples motivaciones.

En el campo, en el ámbito rural, y en el caso de la provincia de Entre Ríos, también en la zona de islas, la escuela sigue ocupando la centralidad no solo en lo educativo, sino en lo concerniente a lo social. En ese ámbito, frente a permanentes, diarias y complejas adversidades geográficas, meteorológicas, económicas y sociales, chicos, familias y docentes muestran esfuerzo, sacrificio, dedicación y pasión para recorrer kilómetros de distancias con el fin de aprender, enseñar, formar, integrar, compartir.

A pie, a caballo o en lancha, enfrentando el dramático e irreversible proceso de despoblamiento del campo, de migración hacia las ciudades, de ausencias, abandonos y precariedades. Al mismo tiempo, es un ámbito donde en la educación, resaltan la más pura vocación docente, el acompañamiento familiar y las ganas y estímulo de los chicos para concurrir.

«La escuela es la única representación del Estado provincial: no hay salud, comisaría cercana; entonces la escuela vendría a ser lo que nuclea a todas las familias y más allá del punto de encuentro de enseñar, es para compartir e integrar, porque los chicos muchas veces no están pegados o viven cerca uno del otro. Entonces es donde se encuentran para jugar y compartir, porque acá es muy costoso que un chico diga ‘mamá llevame a jugar con un amiguito’. Para el chico, la institución educativa es un punto de encuentro, de socializar, de jugar con el compañero. Ellos valoran mucho eso«, remarcó Diego Rothar.

Y en ese ámbito, surgen datos alentadores sobre el proceso de enseñanza: se ha ido reduciendo de tal modo la brecha entre los chicos urbanos y rurales, a punto tal que en las últimas pruebas Aprender -que se tomaron en octubre – surgió por ejemplo, que los chicos de 6º grado del campo se destacaron más en Matemática, que los que viven en la ciudad.

«En general dieron buenos resultados en el operativo. El chico de la zona rural es muy curioso, muy observador, y es una riqueza que hay que capturar y potenciar en el aprendizaje. En Matemáticas, de por sí, el chico de la zona rural es calculador, pero tiene que ver con lo observador, que se concentra. Y también tiene que ver con la familia que exige, que dice ‘vas a estudiar, pero tenés que respondernos’. Quizás no es que en la escuela urbana no sucede, pero tal vez hay otros distractores, todos esos otros factores que nos dispersan», reflexionó Barrientos.

La experiencia en Islas

escuela islas

Diego Rothar viaja semanalmente a la escuela en zona de islas. En el inicio de la semana, viaja hasta Victoria, cruza a Rosario y llega hasta Villa Constitución; de allí, 45 minutos en lancha para llegar a la Escuela Nº 3, en el Paraje las Cuatro Bocas, por cruce de cuatro arroyos. Allí permanece de lunes a viernes. Es un territorio cercano, casi lindante, a otra isla de 11.000 hectáreas, conocida por la denuncia de ambientalistas porque una firma holandesa construye en forma ilegal terraplenes.

Hasta esa isla llegan todos los días Alma, Gabriela, Sebastián, Roberto, Celina, Cristina, Dalila, Jacinto, Alexis y Valentín, 10 alumnos que concurren a distintos niveles: dos en sala Inicial de 4 años; uno en 1º grado; 4 en 3º grado; uno en 6º grado; otro en el ciclo básico de la secundaria, y el restante en 3º año del Ciclo Básico.

Director y maestro, y un personal de cocina para poder dar el desayuno y el almuerzo a los chicos.
«Los chicos son todos isleños, están en jurisdicción entrerriana, pero tienen documento tramitado en Santa Fe, porque cuando tienen que inscribirlos, los padres lo hacen en localidades santafesinas. La población urbana más cercana es Villa Constitución, a 45 minutos en lancha», explicó Rothar.

«Acá es muy costoso el tema de la náutica. Los chicos tienen que viajar por sus propios medios, y en este momento estamos atravesando una situación bastante difícil, porque la producción y la actividad económica más importante es la pesca y en este momento está cortada por tema de cupo, hace dos o tres semanas. Para traerlos, los padres tienen que navegar 15 o 20 minutos, gastando tres litros de nafta para llegar al a escuela, y la misma cantidad para volver. Así que imagine usted, son unos 120 pesos que gastan por día, por nafta. Es muy costoso. La escuela tiene una lancha que estamos tratando de hacerla pasar a la Provincia, pero estamos con la colaboración de la familia, buscando a los chicos también. Porque en esta situación se hace muy difícil la asistencia de los chicos, y si no viene como tiene que venir, es muy difícil que aprenda y también enseñar», sostuvo el director.

«La náutica no es para pobres», remarcó y añadió: «Si acá uno no tiene nafta, no tienen nada, no puede moverse. Entonces justamente estamos preocupados porque había unos programas que se estaban hasta 2015 de Nación, y solo llegó este año un remanente, que eran fondos de un programa nacional vigente hasta 2015 para bicicleta o pasajes de colectivos –para la movilidad–, y que acá pudo reorientarse para compra de combustible: se le daba a las familias para que puedan llevar a los chicos a la escuela. En 2016 no se recibió nada y este año aparentemente llegó un remanente de 2015, de 4.550 pesos, que fue lo mismo de 2015, pero cuando el litro de nafta estaba 13 pesos, y ahora está más de 20 pesos. No sabemos si continuará, eso entorpecería aún más el dictado de clases», indicó.

En lo pedagógico, el proyecto educativo en las distintas secciones de Islas –son cuatro– tiene como innovador, la vinculación y capacitación con profesores tutores de Victoria, que asisten personalmente y con materiales, para trabajar en el Secundario.

Política de trabajo

“Tenemos dos desafíos: llegar a un alto porcentaje de asistencia, acceso y permanencia de alumnos, para que logren finalizar la educación obligatoria. Y lo otro resolver el tema del arraigo, porque si lo trasladamos al pueblo más cercano, lo sacamos de su familia, de su hábitat», apuntó la directora de Educación Rural del Consejo General de Educación.

Desde esa área, se trabaja con el Programa de Mejoramiento de la Educación Rural (Promer), que brinda asistencia y herramientas para trabajar en la prevención del abandono en las zonas rurales. «Una línea se denomina Proyectos productivos de base local, donde se incentiva al joven en la escuela de la zona rural, especialmente en secundaria, para potenciar lo que se produce en la zona. Estamos trabajando en el arraigo, que el joven vuelva a trabajar la tierra, o que a su familia que trabaja la tierra, el alumno pueda agregarle valor para que los productos de la zona se puedan comercializar y estén dentro de un proyecto viable. Es un trabajo muy minucioso para atraer a ese joven a quedarse en el lugar, cosa que tampoco te garantiza, pero es una manera y una herramienta para estimular a ese joven a apropiarse de su territorio y no buscar otros horizontes en la ciudad únicamente», sostuvo Barrientos.

En el aspecto estadístico negativo, hay un alto abandono, tal vez en los mismos niveles que en los ámbitos urbanos. «Se trabaja en el sostenimiento de la matrícula, pero no es fácil porque hay una cultura difícil de revertir, instalada durante muchos años, que a una determinada edad el joven ya tiene que ir a producir en el campo, ya sea de la familia o de la patronal».

La creación de una Dirección de Educación Rural permitió, además de visibilizar y tomar con la singularidad pertinente a esa modalidad, gestionar y acceder a distintos programas, recursos didácticos y equipamientos.

«Es sabido que hay dificultades en el acceso a Internet. Pero en cuanto a la tecnología que se ha recibido y en cuanto a recursos didácticos, creo que la mayoría de las escuelas están equipados porque en las gestiones anteriores la mayoría de las escuelas recibieron aulas digitales. Los de secundaria recibieron las netbooks. También laboratorios y bibliotecas, aunque siempre no llega al 100 por ciento y queda un remanente», refirió en relación a la inversión que llega a esas instituciones.

El cambio de vida

La sociedad se acostumbró a hablar de los caminos rurales como los caminos de la producción. Y poco se relaciona con la calidad de vida de la gente, donde a veces el camino es la vida o la muerte.

Durante la semana tuvo amplia repercusión en las redes sociales, la realidad que atraviesan las instituciones rurales del departamento Nogoyá, aisladas por la falta de caminos en condiciones.
Por ejemplo, en la escuela Santa María Nº 95 JC Albergue de Distrito Chiquero, debieron dictar clases hasta el jueves, y sacaron como pudieron –un tractor debió remolcar a una camioneta empantanada– a los chicos internados –habitualmente permanecen de lunes a viernes–, hasta tanto puedan resolver la situación. «Pedimos autorización al supervisor, porque no se puede entrar y salir, y eso es un riesgo para los chicos», contó la maestra Viviana Guglielmero. Allí funciona también la escuela secundaria Nº 13, que en la semana que pasó, tuvo solo un día de clases por el estado de deterioro de los accesos.

«Estamos a 12 o 15 kilómetros de Maciá. Los caminos están intransitables, porque más allá de las lluvias, se han hecho pantanos, pese a que haya buen tiempo. Entonces las combi dejan a los chicos a unos 2.000 metros de la escuela, para que pasen caminando», explicó.

Es que los últimos trabajos de las máquinas solo agravaron el problema: quitan el barro y lo corren al costado; entonces, la traza queda por debajo del nivel de los costados. Como consecuencia, el agua no puede correr ni salir.

A esa escuela albergue del Distrito Chiquero asisten unos 37 alumnos, fundamentalmente de barrios más marginados, y vulnerables, de las localidades cercanas. La institución les garantiza las cuatro comidas diarias.

«Estamos pidiendo el ripio, que nos prometieron en las anteriores gestiones. Incluso en Catrasto figura que ya se hizo», advirtió la docente.

«Hoy pude entrar, costó, pero pude», relató Marta Gerber, directora de la Escuela Nº 62 Dominguito, también en zona rural del Departamento Nogoyá.

Fuente: Diario Uno