violencia
La sociedad es rápida en juzgar negativamente a la mujer que siendo víctima de violencia de género extrema, no pone distancia del macho-golpeador.
La mayoría de las personas que hemos vivido el deseo o la experiencia de separarnos de alguien, podemos recordar las idas y vueltas en la decisión de hacerlo, las culpas, la angustia por la ruptura del vínculo y por todas las variables que teníamos que tener en cuenta: presencia o no de hijas e hijos, lugar donde vivir, reacción de nuestra red afectiva y social, impacto económico, evaluación del afecto, sexualidad, etc.
Por Enrique Stola (*)

Lo anterior se complejiza cuando en la pareja heterosexual la mujer sufre violencia de género extrema. La sociedad es rápida en juzgar negativamente a la mujer que siendo víctima de violencia de género extrema, no pone distancia del macho-golpeador. Para entender esta realidad hay que conocer los estudios de género feministas los que, aunque son descalificados, ponen muy nerviosos a los líderes religiosos y al Polo Dominante Machista (PDM) en general.

Las sociedades humanas son patriarcales con dominación masculina donde ellos gestionan los poderes existentes. Las mujeres y LGTBII están en una posición de asimetría y subordinación en relación a los macho-dominantes. Como dice Almudena Hernando, el orden patriarcal se fue construyendo en base a la disociación razón-emoción, dando diferentes modos de construir la identidad y subjetividad según sea hombre o mujer. Así éstas han sido especializadas como sostenedoras afectivas de los hombres, la diferencia se ha jerarquizado y la dominación masculina ha puesto los cuerpos femeninos al servicio de los deseos del dominador.

La violencia simbólica es la que ordena la realidad de nuestro mundo de acuerdo a la visión masculina, y es la primera violencia que sufren las mujeres en su socialización.

Las mujeres que sufren violencia de género extrema, ya sea psicológica, física, económica, sexual, etc., que desean, necesitan y deben separarse, padecen de agravantes que dificultan las adecuadas tomas de decisiones. En general sufren un desgaste psicofísico de meses y años. El ataque persistente del macho-violento con la existencia intercalada de momentos de paz que refuerzan los miedos, la baja en la autoestima y dudas en el propio criterio de realidad, van agotando los mecanismos de alerta y configurando un cuadro de Estrés Postraumático Crónico (EPC), que tiene serias consecuencias en la salud física y mental.

Muchas veces el EPC se asocia a depresión. Las mujeres sienten que todo el poder lo tiene su dominador, que ellas como personas no tienen ningún valor, muchas estarán anestesiadas afectivamente, con la idea de “por mí no me importa, que me haga lo que quiera, solo quiero que mis hijos puedan estar bien”, otras le pedirán al golpeador “solo te pido que no me pegues en la cabeza” o “no me pegues delante de los chicos” o “cuando me mates no lo hagas con…”, o relatan “cada vez que llego de trabajar a mi casa estoy entregada, si quiere puede matarme, no me importa” o “mi familia ya se cansó de mi, ya no me creen que es cierto que me quiero separar, que esto no va, pero no puedo”. Inducidas al suicidio, llegan a concretarlo creyendo que es lo mejor para sus hijos e hijas.

Las mujeres tienen miedo, una profunda soledad e impotencia, una ilusoria luz de esperanza en que el dominante puede cambiar -cosa que nunca va a suceder- y se sienten totalmente culpables de la violencia que padecen, sufriéndola con mucha vergüenza.

El Estrés Postraumático Crónico, la desesperanza, la dependencia psíquica y/o económica les impide tomar decisiones rápidas y sostenidas en el tiempo. No las condenemos por su sufrimiento. La mayoría de ellas no tiene contención económica, afectiva, social ni legal.

Las mujeres asesinadas y suicidadas parecerían ser los cuerpos que el Polo Dominante Masculino sacrifica para enseñarle a la mitad de la sociedad, o sea a las mujeres y colectivo LGTBII, que los machos no renuncian a la dominación y que la igualdad no es posible. Pero todas y todos sabemos que las estrategias y acciones liberadoras del movimiento de mujeres son imparables.

(*) Feminista-Médico psiquiatra, especializado en psicología clínica. Columna publicada en Télam.