Añorar el pasado y teñir los recuerdos con una profunda fruición influidos por el embriagante aliento de la melancolía parece ser un punto en común de todas las generaciones. Nadie habrá dejado de notar la misma muletilla repetida de manera sempiterna por voces más antiguas: “En mis tiempos esto no pasaba” o “Corsos eran los de antes”. No obstante, si se aísla la subjetividad lo mayor posible se podrá ver el hecho de que, cuanto menos, las fiestas carnestolendas de ahora son diferentes a las anteriores, más allá de si sean peores o no. De lo anterior se sigue que esa diferencia es lo que, según muchos, hace que el carnaval antiguo sea mejor que el actual.

 

Algunos se preguntaran: “pero, ¿cuál era la diferencia?”.Quizá respondan que se trataba de la ubicación, que los corsos de la ciudad funcionaban mejor en el centro; otros argumentarán que cuando la política se metió arruinó todo, y no faltarán los que digan que la indumentaria de antes y la algarabía con la que se vivían aquellas fechas era lo que hacía superior a la fiesta en comparación retrospectiva. Pero si se continúa cavilando se llegará a la visión de que todo lo mencionado anteriormente son consecuencias y no la causa final. Entonces, ¿cuál es la razón última que marca la diferencia generacional? La respuesta es el altruismo.

 

El altruismo es la diligencia en procurar el bien ajeno sin esperar nada a cambio, y es precisamente esto la verdadera diferencia entre hoy y entonces. Antes el carnaval era gratuito porque podía costearse por sí mismo. Aquel que sabía soldar se acercaba a dar una mano sin esperar remuneración alguna. No faltaba la persona que de buena gana se ofrecía para manejar las carrozas o ayudar en la vestimenta de los participantes. La fiesta era del pueblo y era el pueblo el que la hacía. No eran meros espectadores ociosos sino cómplices intervinientes, organizadores y concurrentes a la vez.

 

De modo que más allá de la visión superficial y adocenada se encuentra una causa más profunda. El corso cambió porque cambió la gente. Asimismo, no resulta un capricho pueril afirmar que el carnaval de antes era mejor, se trata de una discrepancia axiológica en todo caso. Y si bien es imposible colegir objetivamente qué es mejor o peor, sí se puede decir algunas cosas sobre esto. El carnaval de antes era prácticamente ad honorem y por amor al arte, en la actualidad intervienen otros factores.

 

Aproximadamente cuatro meses antes de que la empresa Fullscreen se desvinculara de los carnavales en la ciudad, los concejales Tello y Almada impulsaron un proyecto de ordenanza para que las empresas se presentaran a licitación por la concesión del carnaval. Es decir que según esto el municipio no tenía por qué gastar dinero, pues la ejecución estaría a cargo de empresas privadas. Dicha ordenanza fue aprobada por el concejo con el voto decisivo del vice intendente, Pablo Rivero. Voto que causó un enorme conflicto interno, pues iba en contra de la voluntad del intendente, Darío Garcilazo. En definitiva, la ordenanza no pasó a mayores y fue vetada por el poder ejecutivo lo que generó la siguiente pregunta: ¿para qué aprueban la ordenanza si después va a ser vetada por el intendente? Algunos concejales culpan a Garcilazo de la confusión anterior por no hacerlos parte de las charlas con los carroceros y, a su vez, el intendente replica que los concejales no se interesaron, pues las puertas siempre estuvieron abiertas para todos y eran ellos los que tenían que asistir. Para resumir, el hecho podría tomarse como una simple desinteligencia o una movida política. Lo cierto es que esto sumado a que los números no cerraban influyeron en la decisión de Fullscreen de tomar distancia.

 

Cabe aclarar que muchos de los carroceros remarcan la buena voluntad del intendente a la hora de negociar y hablar sobre el tema, pues sería injusto decir que los problemas actuales por los que transita el corso se debe al desdén. Nada más alejado de ello, ya que el turismo y el carnaval han sido ejes fundamentales en la campaña de Garcilazo. Finalmente, cuando se hable del corso siempre sobrevolarán las concomitantes preguntas: ¿Es casualidad que todo esto haya ocurrido en una fecha próxima a las elecciones? ¿Cuál es el trasfondo político en el carnaval? ¿Acaso es imposible recuperar el altruismo y el espíritu carnavalesco si la política está en medio?

 

De cualquier forma, aquellos que quieran volver a los corsos de antes deberán realizar un escrutinio introspectivo. No basta cambiar la ubicación geográfica de la fiesta, pues el suelo de la costanera no es diferente al del centro, Victoria no es Victoria por su territorio, sino por su gente, y los carnavales de antes no eran diferentes por espacio o cronología, sino por las personas. El tiempo que todo lo cambia ya ha hablado, ahora lo tiene que hacer el pueblo.

 

Por: Santiago Minaglia