De los padres, hablan sus propios padres, y… los hijos… Hombres que han transitado, transitan o transitarán ese desbordante camino, de curvas y contra-curvas, sin GPS, con la íntima confianza de llegar a buen destino. Ser… un buen padre.

No sería mala idea, imaginarse un diálogo de unos y otros, franco entre abuelos y nietos, sin red, sin la presencia condicionante del personaje del medio, el hijo-padre. Un diálogo que se ha dado en la infancia, se amplía en la adolescencia, se profundiza en la juventud. Un diálogo donde no faltan las cuitas, los romances inconclusos, las rabonas en patotas. Diálogos sin edad, entre cómplices, amparados en la madura calidez de haberlo vivido, sorprendidos por la voz de la inocencia, o el desparpajo juvenil. Diálogos de vida entre los que empiezan a conocerla, con los que la “tienen clara”, porque la conocieron antes. Son diálogos, cuya propiedad intelectual, es susceptible de ser reclamada universalmente, que no sabe de fronteras, de razas, idiomas. Diálogos comunes. Nietos relatando intimidades. Nietos reclamando comprensión. Nietos que reconocen ese oído aliado, amoroso, respetuoso, destinatario de secretos. Abuelos que si no encuentran sus respuestas, despliegan abrazos eternos que aseguran que ya han de encontrarse.