Real Madrid se impuso al Barcelona en el Camp Nou
Cristiano, ángel y demonio. Ahí reside su grandeza, en ese carácter que le lleva al extremismo. Salió al Camp Nou con algo más de media hora por delante. Sentó a Piqué y clavó un disparo en la escuadra que zanjaba el triunfo del Real Madrid frente al Barcelona. A partir de ahí, la locura. Emuló a Messi en el Bernabéu y mostró la camiseta ante el jolgorio de un buen puñado de aficionados del Camp Nou. Primera amonestación. Y después, cuando cayó en una pugna con Umtiti en el área, entró en cólera al ver que el árbitro no iba a señalar penalti alguno. El juez, de lo más deficiente, entendió que fingía. Segunda amarilla y roja. Y hasta el colegiado se llevó un empujón. No lo pagó su equipo, que acabó dejando en evidencia a un Barça (1-3) al que ni siquiera libró esta vez el desvanecimiento de Luis Suárez ante Keylor Navas.
Isco es presente y futuro del Real Madrid. En cambio, nadie sabe qué será del Barcelona cuando no esté Messi. Juega, ordena, corrige y condiciona al rival. Pero lo hace él solo. No es que el club azulgrana haya perdido a Neymar, un heredero que prefirió ser líder ante el Guingamp que comparsa con purpurina en un clásico, sino que la directiva tiene más dinero que ideas. Nada nuevo, en realidad. Aunque sí un drama para un equipo que, en el estreno oficial de Ernesto Valverde, acabó por derretirse ante quien no perdona.
Mucha mejor pinta tiene la obra de gobierno del Real Madrid. Ya no es el suyo un equipo rendido a un puñado de estrellas y vendedores de crecepelo, sino un grupo en el que Zinedine Zidane ha priorizado el funcionamiento colectivo del vestuario y la armonía sobre el césped. Cristiano, como ya ocurriera en la final de la Supercopa de Europa, volvió a ser suplente mientras Isco bailaba claqué allá donde le venía en gana. Viéndolo danzar a la vera de Iniesta, quien libra una dura guerra contra el crepúsculo, sólo cabía preguntarse por qué en el fútbol el arte no puede ser eterno.
Por si fuera poco, últimamente, a uno le queda la impresión de que entra en un parque de atracciones en vez de en un campo de fútbol. Los turistas llegan armados hasta los dientes con sus chanclas, camisetas -poco importa que sean del Barça o del Madrid-, y una billetera que en el Camp Nou aceptan con mucho gusto. Con todo, a esta nueva hinchada que se amontona, un día en la Sagrada Familia y otro en el Camp Nou, le trae sin cuidado la errática gestión de Bartomeu, el estilo o la suplencia inaugural de Semedo. ¿Corre Messi? Pues se grita. ¿Hace Isco una cabriola? Se le ovaciona. En este fútbol moderno del ‘show me the money’ hasta el Real Madrid es capaz de negar por primera vez el blanco de su indumentaria en territorio barcelonista para vestir de azul. Qué más da que el Barça vista casi igual y que al espectador le sangren los ojos.
La puntilla de Asensio
Del mismo modo que se hacía necesario apartar la vista ante lo que ocurría en el carril que a duras penas podía defender Aleix Vidal. Por su zona volaron como aviones Isco y Marcelo. Bastante tenía Rakitic con tapar agujeros a la espalda de Messi. Piqué se desesperaba ante cada transición, y suerte para los azulgranas de Umtiti, con la escoba siempre a punto.
Si bien el Barcelona, pese a su nula capacidad creativa ante la presión avanzada del Madrid y a la extrema timidez con la que Deulofeu asumió el reto, aún se mantuvo en el partido en una primera parte de mucho tanteo y poco juego.
En cualquier caso, siempre dio la impresión de que ocurría única y exclusivamente lo que había imaginado Zidane. ¿Recuerdan cuánto atizaron a Valverde el día en que puso a Balenziaga a correr detrás de Messi? Pues el técnico del Real Madrid lo hizo esta vez con Kovacic. Con la diferencia de que el futbolista croata, sustituto del sancionado Modric, no sólo soportó con grandeza al argentino, sino que se atrevió a echarse al monte mientras le aguantaron los pulmones. Incluso tuvo fuerzas para arrebatar a La Pulga un gol.